Arriba, una visión con las estancias de Rafael en el Vaticano, con la Academia y sus doctores, en primer plano a la izquierda. Abajo, uno de los más bellos retratos que el pintor italiano hizo a su amante, La Fornarina.
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Un soplo cálido y acariciador se
introduce en mis oídos hasta llegar a lo más profundo del cerebro, y muy pronto
accede con todas consecuencias al espacio misterioso donde se combinan los
sentidos con la imaginación. "¿Me reconoces, Gabino? Soy tu amiga María Callas”.
Abro los ojos como platos por el asombro y empiezo a moverme por un espacio
ingráv
ido y mágico, como si del más hermoso atardecer, con sol, montañas, mares
y lagos se tratase. Mi corazón se agita emocionado, mi encefalograma se altera
movido por la fuerza de atracción de una voz que hechiza y me impulsa hacia
ella, que se encuentra acompañada por su propio su misterio. Es “la divina”, y me recibe ataviada
con una túnica blanca ahuecada hasta los
pies y con un hombro desnudo. La encuentro en todo su esplendor mientras se
acerca a mi presencia y me susurra esa
aria de “Madame Butterfly” (Puccini) que tanto me hace levitar. “Para llegar al
desmayo con una sonrisa emocional -le digo-, tan solo me falta escuchar “Casta
Diva”, de la ópera “Norma”, de Bellini. Me toma de la mano y siento deseos de
lanzar mis gritos al viento que ya no existe. O estoy loco o no, pero una
felicidad intensa me embarga por momentos cada vez más vivos, y repentinamente
empezamos a abrazarnos en un santuario cerrado del “bello canto”. No sé, que
parezco formar parte del elenco y me quedo coloradote del todo, en un rinconcito
del escenario de la Scala de Milán. María vuelve a tomarme y me lleva hasta
primera línea. Un cañón de fuerte luz se arrastra por el patio de butacas hasta
iluminarnos. Suena la música y el “casta Diva” me llega en su máxima intensidad
con ella muy amarradito. Todo ha parecido un sueño, porque despierto y me doy
cuenta de que he regresado a la ingravidez, ¿o es que he vuelto a disfrutar de
otro falso espejismo? No, junto a mi y con una desnudez total de decorados está
ella, mi diva. Ríe y me recuerda que “entre tu y yo existe un pacto que salta
barreras según el cual hago verídicas y aparentes a la vez tus fantasías. ¿Recuerdas
la última ocasión en que estuvimos juntos en estos Olimpos reservados
únicamente para las almas sensibles y creadoras? Si estás maravillado con lo que acabas de vivir, te advierto que no ha
sido más que el comienzo de una experiencia que se repetirá en los campos de
las creaciones mágicas. Acabamos de llegar, de nuevo, al Olimpo de la Música,
donde me escucharás cantar tan solo para ti, y donde nos esperarán Rafael (Rafael
Sanzio) y La Fornarina (Margherita Luti) para conducirnos al Olimpo de la
Pintura”.
Es cuando empiezo a ver un mundo extraño,
pero dulce a la vez, de sonrisas seductoras, donde las imágenes que me rodean flotan
hasta parecer reales y llenas de vida. Quedo como un ser paralizado envuelto
por una magia tan sumamente especial, que me abre las ganas de cantar, de
bailar. Pero quiero agitar las manos para gesticular con ellas y me doy cuenta de que entre las mismas se
encuentra la esencia de María Callas en su forma más espiritualmente humana. Paralizado
estoy. Mientras, aparecen los grandes maestros de la antigua Filarmónica de
Viena al completo, y siento un calor que acaricia y que es pura esencia con un
inmenso poder de persuasión. Sus brazos me dicen “ven, acércate hasta mi, y
tócame”. No puedo evitar un estrechamiento seductor y sensual, pero ella me aparta
mínimamente con suavidad, nos desasimos para dejar un ajustado espacio, pone su
boca en mi oreja derecha, cierra sus ojos de ensueño y es cuando comienza a
sonar la orquesta de una forma muy envolvente con sus violines y demás cuerdas,
piano e instrumentos de percusión. Como si fuera una forma de susurro, mi
“diva” saca sonidos apasionados que
nacen de su interior y que no encuentran límite para su imponente expansión.
Puccini sonríe, lanza una señal y María consigue que me emocione con “Oh, mío
bambino caro”. Pero la aria se acaba y tan solo suenan los aplausos de un dueto
escapado del Trastévere romano. Ahí están, han llegado: Rafael Sanzio y La
Fornarina, que de inmediato parecen ocultarse de nuestra vista, por lo que el
único sonido que queda es el más bello para el momento; es el del silencio combinado con la
imaginación. La Filarmónica ha
desaparecido y solo quedamos ella y yo acompañados en una noche estrellada sin
más atmósfera que nuestras propias irradiaciones cargadas de misterio y de una tensión
emocional para la que no encuentro forma de descripción adecuada. Nos quedamos
frente a frente y tan pegados estamos que no podemos vernos los ojos. De
repente se aparece un haz de luz que poco a poco se ensancha y en cierta manera
desaparece nuestra intimidad. Demasiada luz, no me hace gracia. Contemplo a lo
lejos a Vivaldi, a Mozart, Salieri, Bocherini, Beethoven, Brahms, que nos
saludan, y estoy que alucino.
Inmediatamente y de nuevo, aparece Rafael
persiguiendo a La Fornarina, soltando unas risas que contagian, y bromistas
ellos, llegan de nuevo hasta nosotros estos gigantes del Renacimiento. Nos
hacen pasar al Olimpo de las Bellas Artes, donde nada más llegar, la pareja
romana saluda afectuosamente al Bosco, a quien nos presentan con admiración.
Pero nuestros amigos nos quieren llevar a que demos fe del su tesoro más
preciado en el Olimpo: una ventana sin cristales ni bisagras, pero desde la que
tienen acceso a la ciudad más bella del mundo, a la antigua y a la actual. Es esa
Roma atractiva y caóticamente hermosa que me mantiene en un embobamiento
constante. Rafael me dice que “desde este punto podemos acceder al Vaticano y
contemplar mis pinturas. ¿Las ves? Los Papas me pagaron muy bien y ello me
permitió realizar otras pinturas y los más diferentes diseños arquitectónicos.
Si os colocáis aquí, accederemos al Foro, y allá a la izquierda, está mi
sepultura. La contempla mucha gente, pero no sé para qué, porque allí no hay
más que un montón de huesos viejos. En este lugar donde nos encontramos ahora, estamos
en nuestra esencia celestial. Abajo, por lo menos en el Vaticano, comparto espacios con el maestro Miguel
Ángel. Él, que no tenía muy buen carácter, pintó la maravilla del Juicio Final en la
Capilla Sixtina, y a mi me correspondieron las Estancias. Ahí está, es la
“Academia”, posiblemente mi pintura más conocida. Podéis acercaos más y
contemplarla”.
Pero en ese momento Margherite, más
romántica que su pareja, este arquitecto genial, le recrimina que “no cuentas
cómo nos conocimos”. “Mi sobrenombres es –dice- “La Fornarina” y proviene de mis
trabajos en harina, porque era hija de panadero y por tanto la panadera en el
Trastévere. Allí en el barrio nos conocimos de muy jóvenes y nos hicimos
amantes; así hasta en la eternidad en que vivimos. De vez en cuando nos
acercamos hasta la Roma actual, y aun a pesar de que pueda resultar divertida,
ya no es lo de antes”. Yo les respondo que “si un día os llegan noticias de que
me he perdido, buscadme en la capital de Italia, que me tiene hechizado”.
Me dicen a través de ese pinganillo
interno que llevo acoplado, que ha llegado el momento de partir. No me quiero
ir, lo que deseo es quedarme con los amigos. Pero abajo hay gente a la que
quiero con la mayor intensidad y me espera; si me lo permiten volveré a hacer más viajes hacia
estos olimpos tan envolventes. “Acordaos de mi, que nunca me olvidaré de
vosotros. Pero por favor, María Callas, antes de que mi mente y la gravidez
vuelva a mi para el viaje de regreso, déjame una muestra más de vuestro
recuerdo. En ese momento aparece un piano de cola tocado por Bizet y escucho la
más bella interpretación de la “Habanera de Carmen” que se haya podido oír
jamás. Risueño aparezco en mi cama cantando lo del “Toreador”; a continuación
cambio de género y me paso a “West side story” entonando “María, mi vida se
llama María….”
Jimena ni se entera, mejor.
Arrivederchi a todos.
MANUEL ESPAÑOL
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