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EL CANDIL / CAÍDAS VIRTUALES QUE HACEN DAÑO





Hoy es un día triste. Me ha dado por pensar y ello siempre supone un fuerte peligro, aunque no sé para quien. Afortunadamente no tengo acceso al botón nuclear, ni capacidad para inventarlo. Y eso les salva a ustedes, insensatos lectores Que sí, piensen que en la vida hay que tener por lo menos un gramo de locura al alcance de nuestra mente, para que afloren algunas sonrisas que siempre nos vienen y a veces diluyen las malas vibraciones cargadas de sombras oscuras y rocosas. Parece que el camino de rosas ha desaparecido, o está muy ensuciado, si es que alguna vez existió. La sociedad está crispada, también si tocamos los temas que rodean la política, que en época electoral entre unos candidatos y otros se lanzan los trastos a la cabeza, a veces con aviesas intenciones. Y es que si en esta tesitura nos encontramos, resulta más que probable que tropecemos con grandes pedruscos, que también son virtuales, pero que te lanzan rodando por el monte virtual cuesta abajo, y así llenarte de magulladuras cerebrales de las que parece casi imposible remontar. Aún recuerdo aquellos debates no hace muchos días televisados en directo, entre aspirantes a gobernar este país todavía llamado España. Excepto tacos fuertes  y demás palabras malsonantes se decían de todo, y a mí se me encendía la sangre dando paso a episodios cargados de tristeza. ¡Vaya ejemplo! ¿Y de aquí sale el quien haya de regir los destinos de los españoles?. La verdad, es para asustar a cualquiera. La falta de estilo me ha parecido siempre muy mala consejera. Pienso que no la merecemos.
Hace unas escasas fechas falleció mi admirado Alfredo Pérez Rubalcaba, un político duro pero a la vez elegante y noble, de esos que se echan en falta y que siempre hizo gala de un admirable sentido del humor. Supo granjearse la simpatía y la estima de rivales situados cerca de las antípodas, y también el cariño de sus alumnos de Química en la Universidad, cuando se retiró del máximo nivel de la política. Gracias, amigo, que usted tiene bien ganada la paz. No olvido tampoco a Josep Borrell, afortunadamente todavía entre nosotros, y poniendo todos los días los puntos sobre las íes.
Y lo peor de todo es que si hace ochenta años (1939) que acabó oficialmente la guerra civil, aún hay zonas y poblaciones varias en esta “piel de toro” en las que planea una sombra demasiado negra, pugnas entre descendientes de unas familias y otras marcadas por colores antagónicos. Y que no se dé nadie por aludido, que esta geografía nuestra se parece a una gran pista de patinaje sobre hielo, produciéndose de vez en cuando unas caídas, que en realidad hacen daño a todos por un igual. No mancillemos el buen nombre del arte de gobernar, que no es más que el ejercicio de la práctica más sagrada para el buen entendimiento entre las gentes que desean convivir en paz.
Comentaba con un amigo y buen político aragonés, que en las Cortes Autonómicas debatía y discutía a ultranza en unos debates encendidos, hasta el punto de que ambos llegaban a ponerse colorados. Uno de los diputados era del PSOE y el otro del PP. Diez minutos después de acabada la “pelea” de la que fui testigo presencial, se encontraban de nuevo en la cafetería tomando juntos un café con leche y un croissant. Me acerqué a ellos y reí con ganas porque “os acabáis de poner a parir y ahora estáis partiéndoos de risa”. Rápidamente me miraron ambos soltando a dúo una sonora carcajada, y como respuesta más explícita me comentaron, en voz bien bajita,  que “somos amigos desde hace unos cuantos años, y los fines de semana que podemos nos vamos juntos a esquiar a las estaciones de Formigal o Panticosa”. Yo también reí y les prometí que el próximo día iría con ellos acompañado de una cámara indiscreta con la finalidad de cotillear para gracia de mis sufridos lectores. Por la noche me fui con ellos a la discoteca, y por mi parte puedo asegurar  que  no ligué. Y no voy a dar nombres, porque luego se sabe todo, y aunque periodista, uno sabe ser discreto cuando hace falta.

MANUEL ESPAÑOL

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