Aquí estoy en un rinconcito del Madrid de los Austrias, muy cerca del Palacio de Oriente. Sí, he plantado mis reales con un caballete de apoyo, para dar rienda suelta a mis locuras, que después de meses en plan juicioso, con algunas salpicaduras de mala “milk”, he sentido la necesidad de convertirme por un corto espacio de tiempo en un cómico tarado de la legua. Llego al lugar ataviado con una blusa de pintor artista de los de antes, unos pantalones bombachos, una boina aragonesa y una mochila. Es día de fiesta y no se puede avanzar en medio del gentío, por lo que me quito la chapela, la elevo y agito por encima del hombro derecho, y grito al límite de mis fuerzas: “¿Cómo están ustedes?” . No contesta nadie, y repito de nuevo eso de ¡cómo están ustedeeeees…!. Y así hasta la décima, que un grupo de chiquillos contesta a coro: ¡Bieeeen! Un imitador del caudillo que muta por los entornos como hombre invisible, se apiada de mi y por puro sentido del compañerismo...
Se puede soñar a través de un viaje abierto por los espacios infinitos de la libertad, la cultura y el diálogo