Monumento a Federico García Lorca, frente al Teatro Español, de Madrid. Foto M.E.
Ya no existen las candilejas. La ficción parece que ha desaparecido. Han acabado con las ilusiones. ¿Será verdad? Mientras, paradójicamente, parece que se entra y se sale de un modo extraño cargado de tragedia. Es “El sueño de la vida”, que se desarrolla en el mundo del teatro con gentes de todos los colores como protagonistas de un mundo de misterio con gotas de realidad ¿Por qué asesinaron a Federico García Lorca? Amaba la vida, idealizaba y lanzaba sus sueños aderezados con la magia del amor, y también al teclado de su piano combatía la amargura de los prejuicios y la maldad ajena hacia su sensibilidad, que le hacían bailar continuamente por el filo más cortante de la navaja y de la injusticia. No era ciego, todo lo contrario, que con el corazón iluminaba y contagiaba sus aires de libertad y limpieza de su mirada siempre abierta.
Le mataron cargados de rabia, ignorancia y ambición sin hacer uso de la vista, elementos que juntos, producen los efectos de la máxima y brutal crueldad.
Federico abrió las puertas del teatro a todos y sin matices selectivos y sociales, y así entraron igualmente las ansias asesinas de la intolerancia marcada por la crueldad, la malicia hasta alcanzar el grado máximo, y la intolerancia. Los sueños en color le hicieron pasar al otro lado de la vida llena de tinieblas. Ese día no solo acabaron con el, sino también con los receptores de las sonrisas mensajeras de La Paz. Le Inundaba la tristeza y la rabia que sentían sobre el quienes le lanzaron hacia un inframundo del que no conocemos nada, donde no se sabe si existe luz, y en caso de haberla, si ilumina. Es allí donde los sueños están cargados de unos trazados tenebrosos en busca de una vida discontinua, extraña e incierta.
Desde aquí, en este mundo traidor y sin certeza alguna, tan solo alcanzamos a vislumbrar débiles haces productores de sombras quebradas que aparecen y desaparecen en un espacio de tiempo desconcertante. Hasta ahora sobre el hoy y el ayer hay una nube negra rota, y poco o nada es lo que sabemos de la verdad. Pero García Lorca vive con intensidad en el espacio sobre el que ignoramos todo, de quienes amamos ese lenguaje poético suyo, esos dibujos de tanto contenido y de una riqueza interior ilimitada que seguirá calando con una sensibilidad inagotable. Si, Federico se halla entre nosotros. Ha alcanzado la inmortalidad con su sonrisa y a veces sus aires de tragedia, penetrando con esa mirada profunda que seguirá llegando al interior de la humanidad en la que el creía a pesar de todo. Vivos están entre nosotros sus “Peregrinitos”, su “Romancero gitano” cargado de pasión, su “Yerma”, “La zapatera prodigiosa”, además de “La casa Bernarda Alba”, “Doña Rosita la soltera” o “el lenguaje de las flores”, dando vida a todos los personajes que nos enternecieron desde los escenarios.
Recientemente estuve en el Teatro Español, de Madrid, saboreando en toda su intensidad el montaje de “El sueño de la vida”, que no es otro que el título incorporado por el dramaturgo Alberto Conejero en la culminación de la obra maestra que dejó inacabada Federico García Lorca. Gracias a Conejero por ese trabajo cargado e su totalidad de la más genuina inspiración lorquiana. Estoy convencido de que su trabajo lo hubiese firmado en su integridad el propio poeta de Fuente Vaqueros (Granada). Y por supuesto, ruego que me disculpen los calificativos, pero soy de la opinión de que lo más justo es decir que el más inspirado Lluis Pasqual ha dirigido un montaje complejo y lleno de magia transmisora, sin la cual el éxito obtenido hubiese resultado un imposible.
Con la emoción contenida por parte de los espectadores que llenaban el aforo, llegó el momento de bajar el telón, pero antes de que ello se hiciese realidad, los veinte actores que dieron vida intensa y transmisora al espíritu de la obra poniendo rostro veraz a sus personajes, tuvieron que salir a saludar unas diez veces. Era el mas hermoso colofón para un calendario lorquiano, que sería muy deseable partiese de gira por todas las provincias españolas.
Salí del teatro con el corazón metido en un puño y los ojos humedecidos. Frente a mi, a unos pocos pasos en la plaza Santa Ana, levanté la cabeza y me encontré con la estatua homenaje a Federico García Lorca, que porta la paloma mensajera de La Paz. Incline la cabeza impresionado a modo de saludo, y me fui deambulando por la calle del Príncipe. Me hallaba cargado de una firme sensación de rabia, a la vez que me sentía visceral e inútil.
MANUEL ESPAÑOL
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