Hace frío, demasiado. Las cimas están blancas y las calles de Innsbruck se visten a juego. Mi corazón se acelera ilusionado, y si antes se veía rebasado de pensamientos un tanto cargados de vapores que no dejan ver la luz, ahora ha salido el sol sanador. Además, como voy bien abrigado, ya pueden desatarse los rayos y los truenos que causan las tormentas de la mente. No puedo pedir más, aparecen mis primeras sonrisas del día y quiero reír. Poco a poco, mi nebulosa se desintegra al ver a unos niños lanzarse bolas de nieve, que así suelto mis primeras carcajadas. Sí, estoy en pleno Tirol de Austria, casi acaricio los glaciares y suelto mis gritos inicialmente alegres, que algo de trogloditas ya tienen. Pero si es que he llegado a Austria algo antes de que llegue el 31 de diciembre de 2016 para disfrutar de la nochevieja en Viena, bailando y sin pausa alguna por culpa de ese “Danubio azul” que invita a soñar despierto. Para colmo, mi amigos Teresa y Lino han prep...