Estoy
rodeado de montañas en la tierra que más quiero. Lanzo mis suspiros hacia los cuatro vientos,
mientras aparecen los primeros rayos del sol. Biescas, mi pueblo, está más hermoso que nunca. En realidad me parece que
día a día gana en belleza. Hoy he madrugado antes de lo habitual y
no me pesa. Ocurre que he tenido un sueño que me ha hecho despertar con una sonrisa y no he sentido el
menor síntoma de pereza, sino todo lo
contrario. Sintonizo la radio y escucho la voz de Joaquín Araujo, quien me
introduce en un mundo tan hermoso que permite escuchar los más diversos cantos de los pájaros
libres que contagian todas sus esencia,
excepto la capacidad de volar. Es igual, que para eso están los sueños y la imaginación. Con tal de que no me incordie Pepito Grillo, me sentiré muy feliz, si bien y aunque nunca se sabe, hoy no parece
vaya a darse el caso. Da la impresión de que todos los elementos
están a mi favor. Si, hoy puede
ser un gran día.
Salgo de
casa con la mochila bien equipada, y la verdad es que a pesar de hallarnos en
pleno estío, la temperatura es un poco
baja, lo que obliga a ponerme
inicialmente un ligero forro polar. Nada, que debo ir preparado al estilo de
una cebolla, a base de capas, según mande la climatología, que la jornada será
larga y hasta el principio del ocaso no pienso en volver. "¿Pero dónde vas destalentado"?,
me grita con voz chillona el bichito que
dice ejercer como si fuese mi
propia conciencia. "Pues si que
empezamos bien, que a este le voy a matar antes de que me vuelva loco",
digo en voz alta, ante los oídos de un transeúnte que parece no
haberse acostado todavía. Se llama Mateo y arrastra
una sobredosis de alcohol quizás un poco ligera, pero que le
afecta mentalmente y escapa a toda carrera: "Mateo, no corras, que tu eres
y serás mi amigo y bien sabes que
soy incapaz de poner a nadie la mano encima”.
Así que salgo tras él para calmarle y a pesar de todos los pesares el hombre
alcanza una velocidad tan vertiginosa que me pone muy difícil cualquier acercamiento. Al final le dejo en paz, pero
le veo entrar en un local al que llego en un instante. Huele a café que resucita y no lo dudo; justo lo que necesito en esos
momentos. No abro siquiera la boca, pero golpeo la puerta con los nudillos de
la mano derecha. Una voz cavernícola y con aires afectados me
responde que "está cerrado. Venga dentro de un
par de horas". "pero Pepitín -le respondo- no dejes
tirado a tu amigo Gabino, que te necesito". El otro, que en el fondo es un
bonachón, cede, me hace pasar y
cierra con la rapidez de un rayo. "Es que -me dice- como se den cuenta los
guardias civiles de que esto se halla abierto tan a deshoras, me cae una multa
impresionante. Pero pasa, que a fin de cuentas esta es tu casa". La verdad
es que el bar aparenta hallarse en la soledad más
completa, si bien de repente, al otro lado de la barra suena un cuerpo humano que cae y se lleva consigo unas cuantas botellas
y tazas en medio de cierto estruendo.
"Bluf. Si es que no se puede ayudar a nadie -dice el tabernero-. Es el
destarifado de Mateo “el botellas”, que me ha dicho que le
encorría un monstruo horrible y me
pedía auxilio para esconderse. Le
he dicho que mientras cerraba el establecimiento durmiera la mona ahí detrás de esas cajas que afortunadamente estaban vacías". Mientras,
se escuchan una serie de quejidos lastimeros, al tiempo que caen al suelo
unos soportes apilados causando otro
nuevo estruendo y reaparece Mateo, que se lleva las manos a la cabeza. Medio
cegato a causa de los vapores etílicos, a duras penas puede
llegar a una silla en la que se sienta para apoyar la cabeza con los brazos
extendidos sobre una mesa de mármol. El silencio es total. Pepitin y yo nos miramos fijamente a los ojos y sin
pronunciar palabra entendemos que ante nosotros se encuentra un cubo lleno de
agua, que tomamos conjuntamente y que volcamos sobre el borrachín del "Botellas", quien próximo al enfado nos grita con un acento argentino que no
sabemos de dónde le sale: "Sois vos
unos pelotudos, que yo quería un riego de anís y esto solo sabe a agua de fregar". Reímos y él escupe al suelo el liquido
elemento que ha llegado a tragarse. Abre
los ojos, me observa, pone cara extraña y me pregunta que es lo que
hago allí. Le digo que esta pasado de
tragos y que me ha confundido con un monstruo, que no me tenga miedo. "¿Yo miedo de ti...?, me contesta para añadir: "no me acuséis ni tu ni este, que los
borrachos sois vosotros. ¿Os llevo a vuestras casas? Y
yo que pensaba en disfrutar de un día entero en la naturaleza...
Así se lo expreso al bueno de
Pepitin, quien transmitiendo una tranquilidad que estoy a punto de perder, me
recomienda tomar dos tazas de café, conduzca el coche con el
pienso llegar al Balneario de Panticosa
y desde allí pueda iniciar a pie la excursión a los ibones de Argualas. Que no me preocupe por Mateo,
"que le llevaré a casa y como su hermana no se halla estos días en el pueblo por haberse ido a festejar a Zaragoza, le
acostaré yo, que no será la primera vez. Pásatelo bien y a la vuelta me
lo cuentas". Le doy un fuerte abrazo al buenazo del amigo tabernero en señal de agradecimiento. Ya despejado y contento pongo el
motor en marcha, que no voy mal de horario y como dice Serrat en su canción, puedo volver a
repetir eso de "hoy puede ser un
gran día, planteatelo así..."
Soníoó y trato de emular ahora a
Placido Domingo o Jorge Negrete pero la voz no me acompaña y sale, aunque a mi manera, "El Rey", con
piedras en el encamino y mayores lindezas. He pasado por Paanticosa y pletórico de entusiasmo llego al Balneario. Aparco, cargo con la
mochila y con un par de bastones arranco la excursión, no sin antes haber alzado mis brazos con una cara de
felicidad que nadie es capaz de quitármela. Ante mi los
impresionantes picos del entorno. He pasado el lago que da acceso al Balneario
y quedo mirando hacia el pico Argualas con sus 3.046 metros de altitud, si bien
mi objetivo no llega a tanto, ya que mi ilusión
es alcanzar los hermosos ibones entre montañas, con sus aguas cristalinas y frías. La subida tiene mucho de verticalidad, si bien el
sendero no es difícil, aunque a decir verdad
castiga lo suyo. Es igual, que a mayor altitud se gana en una belleza que
impresiona y que va a más en cada paso, mires hacia
arriba o hacia abajo.
Comienzo
a sudar y a empapar ropa, con lo que voy quitándome
capas, si bien en la mochila guardo todo tipo de ropaje y la carga correspondiente para el avituallamiento. No
hay problema de soledad, pues el número de montañeros que han elegido el mismo escenario es bastante grande,
si bien personalmente prefiero ir a mi manera. Es igual, que el día está para sentirse feliz y también para compartir. "Bonjour, moning, danken, buenos
dias..." En la montaña es de educación obligada compartir los buenos deseos. Tomo un
descansillo, miro hacia abajo y me parece que el lago dejado abajo al principio
de la ascensión, queda muy lejos; ver los
picos que hay frente a mi invitan a disfrutar. Si dirijo mi vista a la cima que
tengo más próxima, me siento muy pequeño
ante las grandezas naturales.
Han
pasado ya unas horas y las piernas parece que pesan un poco más, la respiración se hace mayormente
dificultosa. Sin embargo el goce que se va sintiendo compensa de todo. Tras
ligeras paraditas y miradas en dirección a los cuatro vientos,
llegamos a nuestra cumbre. Dan ganas de gritar, de cantar y de bailar. El corazón que marca los sentimientos se altera. ¿Estoy en el Paraíso? Me hallo en un lugar pletórico de vida, de una belleza muy intensa y mis deseos se
cumplen sobradamente. Pero el esfuerzo físico ha sido grande, el estómago también me pide alimentación y deseoso estoy de complacerle. Después habrá que darle descanso al cuerpo,
si bien antes debo disfrutar de esos ibones que igualmente albergan su fauna y
su flora. Me acerco a una de las orillas llenas de renacuajos y ranas adultas,
y uno de esos animalitos se posa en mi mano izquierda y que me empieza a
hablar: "Hola, Gabino. Soy una princesa muy hermosa y me llamo Segismunda.
Una bruja me transformó en rana, pero si me das un
beso en la boca volveré a ser la que era y tu quedaras
encantado". "¿Es la voz de mi mente que me está tomando el pelo?", me digo a mi mismo. "¿Será el muy capullo de Pepito
Grillo que se cree que de loco surrealista he pasado a tarado mental?" Asi
que para salir de dudas, una ranita no es más
que un ser inofensivo, y mira por donde, voy a caerle caso: "Ranita,
ranita, estás segura que no me arrepentiré?" Y la ranita que de otro salto se pone al lado de mi
boca, me da un besito y ante mis ojos aparece la más hermosa mujer que he visto jamás, vestida tan solo con una túnica
muy sugerente, que me deja embobado total. Nos tumbamos sobre la hierba, y
cuando estábamos ante lo mejor, un montón de ranas se me suben encima y todas me dicen ser
princesas y hermosas que habían sido encantadas por una
bruja. ¿Y ahora, qué hago?. Debo reconocer que me entra algo de pánico e inicio el descenso con muchas ranas a los hombros. ¡Vaya número que voy a montar cuando
me vean de regreso por el pueblo! ¿Y qué explicación le voy a dar a Jimena?
MANUEL
ESPAÑOL
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