Mi anterior vecino, que se llama Pepe, tenía
un perro muy listo, divertido y a veces con dosis exageradas de mala milk! (lo
pongo en inglés porque parece más fino). Hace medio año rogó que me lo quedara
en casa por un trimestre debido a un largo viaje suyo. Me encariñé tanto con el
animalito, que pasado el tiempo cuando vino a recogerlo tal y como habíamos
acordado, y al darme las gracias por las atenciones recibidas, le dije que su
“Trosko” (no “Trotski” como yo hubiese deseado) era muy especial y cariñoso,
que me miraba con unos ojos suplicantes de los que conmueven, por lo que ante
tanta tolerancia, terminaba haciendo en casa lo que le daba la gana (pis, pas,
pis, pas), que luego agachaba la cabeza y se metía bajo la cama para evitar
broncas mayores. Que pasada la tormenta de ánimos, si veía que su amo accidental,
o sea yo, sacaba la correa de paseo acompañada
del bozal, movía el rabito y se ponía a dar los más increíbles saltos circenses,
estrellándose en plan animalote en la puerta de salida de mi entretenido
apartemento, pequeño pero a la vez coqueto. Estaba pirado este bicho de cuatro
patas y por eso creo que entre nosotros se producía una sintonía muy especial.
“¡Guau, guau, guau, guau, guau”, solía decirme en determinadas ocasiones
moviendo ágilmente la cola; entendía que se alegraba de salir, pienso; a ver si le ayudaba a conocer a alguna
perrita, y no era cuestión de defraudarle. Abajo, en el paseo, había una
viandante que llevaba una perra de aires coquetuelos. Trosko que la vio se
lanzó tras ella, y en plena fase del olisqueo “Katy” le ladró con furia, y mi chiquitín se
achantó, dejó de ser un descarado y se refugió entre mis piernas. “Ni tu ni yo
valemos para conquistas amorosa, amigo, tendremos que dar un paseo sin más
compañía que tu y yo”. A la dueña de Katy le dio por soltar una risotada tan
gorda, que allí empezó todo frecuentándose los encuentros a cuatro.
Pero un día inesperado Pepe se presentó
en mi casa a recoger lo que estimaba algo muy suyo. Le conté tantas y tantas
cosas y todas buenas a mi vecino, que él
no se las acababa de creer, por la cara de circunstancias que ponía.
Entonces
Jimena no había entrado en mi vida, y mi amigo con pena me dijo que si lo iba a
echar en falta dentro de mi hipotética soledad, que me lo quedara, que él se
iba a vivir a una urbanización nueva con piscina, que acababa de conocer a una
chica arrebatadora que tenía un perro labrador negro, y que los dos canes
juntos, reconocía no podían ni coexistir. ¡Con lo sociable que es Trosko, si lo
sabré yo! Y menda, tan contento y feliz, pero pensando también si estaba algo
majara por
tamaña
decisión.
Treinta y cinco años después
De aquellas fechas iniciales han pasado
35 años. Ahora, durante unos días Jimena se ha ido a Biescas aprovechando sus
días libres, y yo he debido quedarme en mi domicilio zaragozano preparando unos
trabajos no muy disciplinados. Me encuentro de paseo por las riberas del Ebro.
Me hallo en la parte baja del río, miro hacia la basílica del Pilar tras haber
lanzado una sonrisa a ese paseo que en mis momentos ardorosos denomino Paseo de
los Besos Robados. ¡Ay si estos árboles pudieran contar sus historias de
atardeceres amorosos!
Me siento sobre una piedra voluminosa rodeada
de arbustos, y a veces con la vista perdida hago mis ejercicios juguetones de
memoria. He dejado atrás las preocupaciones que me acechan, prescindo de los “Puigdemones”
y los “Rajoys”, ambos con sus compis que tanto me amargan la existencia, y decido
dar mil sonrisas a la vida. Mientras, el
Ebro guarda silencio, que tan solo se escuchan los sonidos de los patos, los
del pescador cuando algún animalito pica en el anzuelo. Todo naturaleza. No sé
por qué, pero me da por abrir los ojos descontroladamente dirijo mi mirada
aparentemente vacía hacia un horizonte borroso, dado que los objetivos están
tan sólo en mi pensamiento. Hoy no he encontrado a la chica de la armónica, que
casi siempre que nos vemos le da por contar sus fantasías, no digo de qué tipo.
Río como si me mirase en el espejo en el que uno se refleja pero no se
encuentra. Gesticulo ante las risas de los mirones sin intención provocadora
alguna. Es que soy así. Bueno, será mejor que no exteriorice tanto, que igual
resulta mejor que me calle, que no quiero pecar de indiscreto ni de fantasmilla.
Han pasado unos minutos desde mi llegada al
lugar rodeado de hojas otoñales y entro en una fase insonorizada en el
exterior, pero escuchando interiormente. Así que abstraído por mis pensamientos
retrocedo a las historias y conversaciones con “Trosko”. ¡La que ha llovido
desde entonces y lo que ha nevado en los Pirineos! Replay. Vayamos atrás en el
tiempo:
En la Casa de a Pradera
Una tarde tonta de lluvia tristona,
mientras espero la visita de mi amiga Laura, estamos en casa el can y yo,
tranquilamente sentados en el sofá, el uno al lado del otro mientras presenciamos
a través de la tele una película de vaqueros que se desarrolla por las verdes
praderas del Oeste. En el filme, los buenos son los componentes de una familia
de granjeros y los malos unos bandidos que cabalgan ciegamente cargados de ira
y de pistolas, para robar y asesinar si es preciso. Los muy canallas. Desde el
interior de la casa de la granja les ve
venir una joven adolescente, que lo primero que hace es avisar a su perro, un
gigantesco y rápido animal que sirve para todo, y una auténtica arma viviente
de seguridad. Tanto es así que la chica le dice a “Dustin”: “Anda, ve corriendo
y échalos”. Lo hace tan bien el can manteniendo a raya a los bandidos, que no
duda en morder sagazmente las patas de todos los caballos tirando así a sus
salvajes jinetes al suelo por donde ruedan hasta ir a parar a un pozo negro del
que no hay manera de salir. “Dustin” ladra de alegría y yo aplaudo. “¡Vivaaa
Dustinnn!”, suelto con toda la potencia de mi garganta. Trosko se cabrea y grita con rabia a su manera, no sé si a su
congénere grande del televisor o a mi mismo. Es evidente que siente celos y no
hay manera humana de hacerle callar. Como no soy violento opto por apagar la
tele. Problema resuelto. Mi perro cambia la expresión, se pone demasiado
cariñoso con sus lametones, y ya no sé si arrojarle por la ventana o aplicarle
alguna dosis de cloroformo. Mejor no hago nada por esta vez y la situación no
tarda mucho en calmarse.
Al poco llaman por el telefonillo de la
puerta de abajo. Es mi amiga Matilde, que por fin ha accedido a mi invitación.. Mientras sube le digo a “Trosko”
con una sonrisa fingida por el temor: “A ver como te portas. No quiero ruidos
ni tonterías. Tengamos la fiesta en paz”. Así que para agradecerle por
anticipado su silencio, vamos al apartado de la la cocina, abro la nevera y saco un trozo de
morcilla, que él devora rápidamente, mientras el timbre suena con tres toques
cortos. Salgo a toda pastilla tropezando con una mesa, pero antes agarro un pañuelo y el frasco de cloroformo,
por si acaso, que con este animal nunca se sabe. Entra ella, que viene
espectacular, y en vez de darme los dos besos de rigor acaricia al perro loco,
que la mira con ojos desorbitados y con algo de sequedad. “Mal augurio”, digo
para mis adentros. Sin embargo las caricias continúan hasta que interrumpo: “Qué
alegría me da verte por aquí. Estoy entusiasmado. Pero… ¿a mi no me das dos
besitos, por favor?”. “Para ti eso y mucho más. Eres un cielo. ¿Por qué crees
que he venido?”, contesta. Nos sentamos en el sofá acercándonos poco a poco timoratamente
por mi parte, hasta no dejar espacio de por medio. Nos asimos con energía y con
un ardor guerrero, y sin tregua alguna
llegan las caricias y los achuchones. Eso es algo que Trosko no puede aguantar,
de tal manera que se pone al lado de ella, intenta separarnos con sus monerías
cargadas de impertinencia, y como no para de ladrar, lo tomo enérgicamente en
mis brazos, abro la ventana aunque con el único afán de amedrentarle con mis
gritos: “Perro malo ratonero, te voy a tirar a la calle. No te aguanto más”. Matilde
se arranca con ímpetu del asiento y me grita: “Asesino de baja estrofa. Querías
matar a un inocente y noble animalito, que lo único que le gusta es jugar. Y yo
que me había hecho ilusiones al venir a esta casa y resulta que eres un
maltratador. Me voy y no pienso volver más. Peo “Mati, perdona, que todo ha
sido una broma entre él y yo; que no, que no le lo tomes en serio, quédate, ven
a mis brazos.…”. se produce un silencio cortante mientras ella me mira con ojos
iracundos anonadado, sin saber qué decir, hasta que por fin decide cerrar de un
portazo. El perro se queda callado y poniendo
cara de tonto con ojos engañadores, y yo dicéndole: “¿Ves lo que has hecho
cuando estábamos a punto de lo mejor? ¿Tu un animalito noble? Anda
destalentado, no me hables con tus gruñidos”. Así que nos sentamos cada uno en una punta del
sofá, mirándonos y guardando un silencio sepulcral. Pero Trosko se acerca a mi
poniendo cara de víctima triste, se me pega a un costado y me da la patita
derecha para que se la coja, como pidiendo perdón. Este animal me ha vencido,
por lo que vuelvo a tenerlo en mis brazos, lo dejo con delicadeza en el suelo y
se me pone otra vez encima. Pero a mi Laura, aun a pesar de ser de un genio muy
vivo, me arrebata, y no sé, creo estar ligeramente enamorado de ella. En los
próximos días me dedicaré a la reconquista.
Tempo presente otoñal
Seguimos en tiempo presente de otoño. Las
hojas de distintos colores para soñar continúan cayendo. El viento cobra fuerza
y algo de frío ya hace de las suyas. Me acuerdo mucho de Jimena y decido volver
a casa como el hombre que piensa sueños imposibles, dando la imagen de un zombi
al que le pitan todos los coches y motos. “Parece un desfallecido con sus
andares carentes de vida”, me dice un desocupado paseante metomentodo. Pero soy
una persona muy vital y apasionada aun a pesar de mi carácter onírico. Al poco
rato, regresado del Paseo de los Besos Robados llego a mi casa vacía. No me gusta
estar solo y tomo como compañía a Virginia Wolf y su libro “Orlando”, si bien
antes de llegar a la página 54, levanto los ojos y me fijo en la foto que le
tomé hace ya tantos años a Trosko, cuando estaba en su esplendor con ares de
travieso. Me lo quedo mirando y los recuerdos fluyen a mi mente. Es cuando me
meto de nuevo en la máquina del tiempo, para retornar a época joven pero pasada:
Hoy me he levantado alegre, aun a pesar
de que todas noches tengo la misma pelea con el perro. Le digo que le educo
mal, que me voy a volver serio y que ya no quiero que duerma encima de mi cama.
Al final me acuesto en soledad, como cada día, y cuando Trosko barrunta que
estoy dormido, de un brinco se pone a mi lado y por supuesto que no le dejo
tocar las sábanas, pero como es tan testarudo, hasta que no juego un poco con
él, no para. “Demasiado besucón, eso es lo que eres –le digo-, que me dan asco
tus babeos. Si me dejas dormir, mañana iremos a algún pueblo cercano y
pasearemos por el campo”. Y es que al animal le gusta ponerse en el lado del
acompañante del conductor con la ventanilla abierta, recibir el aire de cara, y
ladrar a todo aquello que se mueve. Me da miedo que algún día nos pare la
Guardia Civil de Tráfico y les insulte. La que me puede caer….
Son las 8 de la mañana y mi “cuatropatas”
ha tomado la correa de paseo en su
bocaza, al tiempo que haciendo uso de sus habilidades, me quita las sábanas.
Antes de que me levante, que no tardo mucho, se echa a correr por si acaso. Me
río, estoy de buen humor. Saco mi “Seat 127” del aparcamiento, subimos, y
directos a Fuendetodos, la cuna de Francisco de Goya, donde nos aguardan unos
amigos con los que hemos quedado para almorzar. Y casualidad, que entre el grupo
de invitados allí estaba Laura, la dueña de Katy, acompañada de un cachorro de
chucho muy feo. “Lo contenta que me pone verte, Gabino”, me dice ella; no, la
perra no, su dueño. “¿Sabes que somos papás?”- Me quedo perplejo, porque ella y
yo, no ….. Laura al notar mi sorpresa lo
aclara: ”Es que, cuando nos encontramos ya el segundo día, en un momento de
descuido los animalitos tuvieron menos vergüenza que nosotros y a Katy le
nacieron cuatro cachorritos, ja ja ja ja”. ¡Qué
gili que me sientooooo! No lo puedo evitar pero reacciono y a la mente
lo primero que me sale es esa canción de “hoy puede ser un gran día,
plantéatelo así…” Mientras, los canes se van a hacer sus perrerías, y nosotros,
como estamos en grupo, a comer y beber y dormir la siesta sobre las hojas
muertas porque en el estado que quedamos, de todas, todas, pensamos nos va a
dar positivo.
Ha llegado el
momento del regreso y aunque hace algo de fresco, para no perder la costumbre
abro la ventanilla derecha. Así que tranquilamente vamos llegando a Zaragoza
por la Carretera Valencia. Al entrar por el barrio de Casablanca, al poco
escucho gritos y sonidos de carabinas
policiales. Me asusto y reduzco considerablemente la velocidad, mientras que
los automovilistas que venían atrás me pitan y pitan, hasta que reacciono de
mala manera y aumento la velocidad. Llega el momento en que debo de parar, unos
jóvenes, un poco mas que yo, me frenan con cara de susto y avisan que cuide,
que hay una revuelta estudiantil y la policía a la carrera, casca que te casca
porra en mano. Llegamos al punto vital dela manifestación y los golpes no los
palpo pero se ven demasiado cerca. Trato de ser prudente y al tonto de Trosko
no se le ocurre otra cosa que no ocultar su odio a los uniformes persecutores.
Ladra que te ladra, como lo que es: un loco de remate. Un agente me para y pregunta
qué hago en medio del tumulto con el perro ladrándole. Mi can, que le ha visto
con cara de malas pulgas tiembla y se refugia debajo del asiento. “Y este es el
animal que tanto me grita a su manera?”, me dice el poli con una despectiva
risita. Me quedo con las ganas de decirle al agente qué se ha creído, que mi
Trosko es muy machote a la vez que buenazo, pero que si se meten con él gasta
muy mal genio. El agente abre la portezuela del “127” y le dice: “a ver,
bonito, dame la patita derecha”- El otro le suelta unos gruñidos continuos, me
asusto y le ordeno con una sonrisa que le de la pata, y el pobre más inofensivo que una lombriz, todo timorato, se
la da. “¿Lo ve”?”, señala y remata con que
“es cariñoso e incapaz de hacer daño a nadie”, una aseveración que me
provoca la más maliciosa de mis sonrisas. “¿Este capullo? Tiene usted razón
agente”. Si le cuento las monerías de las que es capaz… Mira que si le explico
que en otra manifestación de la semana anterior íbamos de paseo y mordió a otro
poli en el pantalón, por lo que se echó a correr donde estaba yo y saltó
enseguida poniéndose en mis brazos, lo que provocó que también me dirigiese
todo lo rápido que pude hasta entrar en el portal de mi casa? Aún recuerdo que
entonces le dije: “Eres un peligro público, pero ahora no te cambio ni por todo
el oro del mundo. Peligrosos pero buenos en el fondo, somos tal para cual.
Nuevo viaje en el tiempo
Vuelvo de nuevo a viajar en el tiempo
hasta 2017 sin salir de casa, y suena mi teléfono móvil. Es la esperadísima llamada
de Jimena, que dice echarme en falta, que volverá mañana de Biescas, que la tía Cuqui está bien, que
tío Tan igualmente, que Maica y Ángel tan cariñosos como siempre. “Y tu qué
haces?”, me espeta. Le contesto que “nada, en realidad en este momento me hallo
recordando mis tiempos con Trosko”. “Siento no haberlo conocido, todo el mundo
dice que era muy simpático, y listo…” En ese preciso instante suena el timbre
del portal. “Llaman y vuelvo. Mejor te llamo
a continuación”, le digo a mi medio limón. “Soy Laura y no tengo tiempo de
subir a tu casa, que lo haré otro día. Vengo para decirte que si quieres un
cachorro idéntico a Trosko, mi marido dice que te lo regala, que los hijos de
los hijos tuvieron descendencia”. “¿Tan idéntico, tan idéntico es?, le
respondo. Ella me cuenta que es un auténtico retrato. “¿Y quien es tu marido? “Un
policía que te conoció en una manifestación y que dijo que el animalito era muy
simpático, igual que tu, que le pareciste algo tímido”. La siguiente pregunta que le hago es si
conoce lo nuestro. “Algo mosca sí que está –me contesta-, porque a veces le
digo en broma que es tan bello recordar
el pasado, así como nuestros ardores un juveniles… Igual es que de vez en
cuando sueño en voz alta. Por cierto, ¿te acuerdas de mi aunque sea de vez en
cuando? Yo sí que me acuerdo de ti”. Un rato largo de conversación, a pesar de
las prisas de ella. Me da miedo, porque esta ahora es capaz de venir… Bah, ¡vaya
tonterías que pienso. Como siempre!
MANUEL ESPAÑOL
Comentarios
Publicar un comentario