La luna llena en primavera siempre
resulta sorprendente, vista desde donde sea. Crecen las ilusiones, se ven montañas
y ríos que atrapan hasta fuera de tus órbitas, mientras la mente se dispara
dando vueltas y más vueltas. Ríes, lloras de emoción por lo desconocido que te
parece un mundo extraño. Es el poder de la noche que ilumina, aunque no te des
cuenta, por fuera y por dentro, y hasta por donde no se ve. Aprovecho esa
situación desconocida y comienzo a subir por unos relieves extraños que agitan
el ritmo de tus sentimientos. Poco a poco me introduzco en una zona de lagos
con ninfas juguetonas y bosques salpicados por seres traviesos que te remojan, e incluso corceles alados que saludan desde lo alto de la atmósfera a
este alocado terrícola y eterno despistado llamado Gabino.
Y mi cuerpo sonríe, asciende despacio,
sin prisas, tan solo superado por la mente quieta y callada, mientras participo
de una danza que invita a bailar con la imaginación. Es el momento de recordar
a Beethoven y su “Claro de Luna” con toda la fuerza de tu espíritu sin romper
la armonía ni la suavidad acariciadora. Es cuando se te introduce a través de
tu sensibilidad esa frase del genio alemán de la música: “Nunca rompas el
silencio si no es para mejorarlo”. Y yo calladito, paso a paso, imaginando el
sonido de ese piano propio de los grandes seres que habitan en los olimpos, sintiendo
mis tránsitos por los espacios
siderales, como si de sueños auténticos se tratase. Mi rostro parece una máscara
china con apariencia quieta que cambia constantemente de faz.
Quiero soñar y lanzarme a la vida, a esa
vida a veces ciega, pero que añora la poesía visual e imágenes que salen de lo
más profundo del alma. ¿Dónde estás Juan Sin Tierra que te sientes perdido con
tu brújula descontrolada que ya no sabe donde hallan el norte, sur, este y
oeste?, ¿por qué huyes de las
constelaciones mientras te acercas a esos fuegos fatuos en los que sientes el
quemar de las cenizas que ciegan tus ojos pero no tus pensamientos?. Tengo
ansias de gritar, de expresar lo que siento, pero la extraña realidad es el
nudo que se forma en la garganta que impide desenvolverme en un mundo de amor
para decir: “hoy os quiero”. Me conformo con lanzar y propagar unos cuantos de
esos quejidos que rompen en minúsculos pedazos de cristales frágiles y que luego
pierden sus formas concretas y abstractas.
Deseo
dar vueltas sobre mí mismo por el vacío oscuro y recuperar la sensación
de ingravidez cuando atravieso esas montañas, mares informes y mágicos que
fueron escenarios de miles de batallas que marcaron las grandes ausencias. Odio
la violencia, desprecio a los absolutistas que tan solo valoran su poderío y
que desconocen el mundo de las sonrisas. Me gustan más las caricias de unos
suspiros que parten suavemente de las
palmas de las manos en forma de besos cargados de sensaciones de poesía
pletórica de ternura.
Por fin siento que he llegado a la luna
en esta época de primavera, me dicen que está llena (luna llena, ¿será
verdad?). Me dispongo a rastrear sus volcanes en busca de hallazgos misteriosos
y no hago otra cosa que sentir el vértigo de lo desconocido y las añoranzas de
esos mundos cargados de ensoñación, de ninfas juguetonas y traviesas, de
corceles alados que siempre conducen por donde ni siquiera sabes si existen, en
los que la poesía, la pintura y la música, te inundan por esos espacios
inmateriales cargados de imaginación y
pensamiento hermosos.
MANUEL ESPAÑOL
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