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EL CANDIL / UTOPÍAS MONTAÑERAS PARA VIVIR




Un mundo sin utopías es un mundo sin sueños completamente inanimado. Para vivir soñemos, moldearemos así nuestra existencia en los propios ideales. Las montañas de la Tierra son espacios sin mayor valor aparente que el que seamos capaces de darle. En estas elevaciones muchas veces inhóspitas, es donde quienes se sienten o nos sentimos montañeros proyectan o proyectamos las ilusiones, las utopías que abren el propio sentido de la admiración. Aún queda en mi memoria en una memoria de lector que tengo plenamente asimilada, porque la siento así, aquella frase de Pío XI, que indica: “el montañismo es la manifestación más noble del deporte”. Al mismo Papa le preguntaban muchos porqués sobre su filosofía del montañismo. A una persona en concreto, deseosa de saber los motivos justificantes de tal práctica deportiva en la que se sufren muchos accidentes, algunos de ellos con resultados de muerte, le respondió: “Si eres montañero no hace falta que te lo explique, y si no lo eres, por mucho que lo intente no lo entenderás”.
El montañismo, nuestras montañas, en el sentido más universal  de la existencia conforman una fuente de comprensión, modelo de convivencia y de cultura.  Así debe ser. En este concepto me inicié a base de excursiones montañeras con mi padre desde una edad bien temprana. Primero, saludar con quien te cruzas y a veces intercambiando consejos sobre el estado del terreno o las previsiones del tiempo. Recuerdo que en las mochilas llevábamos nuestras viandas para los almuerzos o comidas en los a veces pequeños refugios sin guarda; en ellos siempre dejábamos el aceite, vinagre, alguna lata de sardinas  y sal, y antes de salir realizábamos una limpieza interna, para que quienes ocupasen el lugar lo hallasen en buenas condiciones de uso. Así aprendí a ser solidario. ¡Ah! Y la basura recogida con nuestros propios medios, para no ensuciar el medio ambiente.
Solidaridad y libertad son dos conceptos en uno, y no se pueden sentir de otra manera. Por ello mismo no cabe entender el proceso de degeneración de los puntos básicos de convivencia en la montaña.
Tuve un amigo, Sabino Ruiz Jalón, integrado culturalmente como uno los más importantes miembros de la Generación del 27, que para mi era una de las personas más sensibles y cultas, que siempre me asombraba compartiendo sus conocimientos sin límite. En mi interior aún quedan unas palabras que luego dejó escritas y que reflejaban su propia forma de ser y de ver las cosas, entre ellas la Naturaleza: “Dicen los pastores que las águilas vuelan solas, es verdad. Solo necesitan el espacio infinito del cielo azul y la inmensidad de la Naturaleza para volar.  Veamos en ella nuestro símbolo, y como las águilas volemos por los espacios infinitos de la libertad y de la cultura”.

MANUEL ESPAÑOL


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