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HORA BRUJA / DESPIERTA EN SU PROPIO SUEÑO

El Ebro, con las torres del Pilar al fondo. Foto: M.E.

Soltera, muy señora ella, superados los ochenta, doña Paquita es la esencia del alma soñadora. Cree y siente la necesidad del amor que un día se apagó, pero que llegó a crecer con una intensidad abrasadora. Los residuos continúan y allí está ella para dar fe de unos tiempos que siempre se agitan en su interior. La conocí…, mi memoria se encuentra algo diluida…, no diré cuando. Puede que haya muchas Paquitas en el mundo como esta alma sensible que todos los días pasea su soledad, y que habla y transmite a quien le quiera escuchar. La mía es muy especial y de tarde en tarde me encuentro con ella, siempre bien atildada y con los labios rojos dibujando una sonrisa. Habla y canta sola, no importa, no está loca si bien la existencia no deja de ser una locura que cada uno la lleva como puede. Es posible que la vida no le salude como bien merece, pero ella sonríe a la vida, a pesar del letargo que sufre. Es primavera y el verano se acerca.
Paseo por la ribera del Ebro en su discurrir por Zaragoza, muy cerquita de la basílica de Nuestra Señora del Pilar. Ella se encuentra sentada en un banco con la mirada puesta en dirección a las aguas del río; contempla la fauna y flora, escucha los trinos de los pájaros, el rugir del viento. Se siente un espíritu libre, y por momentos se abstrae de la realidad cotidiana y lanza al espacio su pasión por la copla, pero no cualquier copla. Los paseantes la observan, algunos con una sonrisa burlona, otros con afecto. Me acerco sigilosamente hacia donde está y por un momento consigue que su voz se confunda con la de la recordada Conchita Piquer. Pero evidentemente no es ella. De su garganta y con pletórica sensación de sentimientos que surgen de sus entrañas unos “Ojos verdes” que me derriten. ¡Ay qué sorpresas da la vida! Camino, medito sobre mi pasión por la música, por las letras, por las cosas bellas que nos regala la vida, aunque también las hay tristes. Sí, es cierto, los elementos más hermosos de nuestra existencia no cuestan dinero. Vale con amar y no odiar.
Doy un paso adelante y me planto junto a ella. “Doña Paquita (le digo) ha logrado usted emocionarme”. Me siento al lado de esta mujer que generosamente comparte su banco. Sigue mirando al frente y me dice: “Es que la copla cuenta unas historias tan bonitas, tan tristes y a la vez alegres, y de amores despechados que llenan de vida. Mi vida está llena de esta música…” De repente se para, gira la cabeza, me mira a los ojos fijamente y como asustada me espeta con suavidad: “Usted tiene los ojos verdes… Usted….” Y se queda cortada. Con sus manos, con sus dedos, palpa suavemente mi cara como si de una caricia se tratase, hasta llegar a mis ojos que los observa con detenimiento. Suelta unas lágrimas y continúa diciéndome: “Usted me recuerda unos años jóvenes cuando vivía en Barcelona, que aun a pesar de hacer mucho tiempo de ello, siguen muy vivos en mi. Él era alto, musculoso, rubio, venía en barco de un país muy lejano. Fue una historia muy dulce y bella, tan dulce como la miel, tan bella que te guiaba hacia un sueño del que nunca he querido despertar. Así que estoy despierta en mi propio mundo”. ¡Ay Paquita!, que algo sabía ya de ella, que más de una vez nos habíamos cruzado por los caminos estableciendo un entendimiento, una comunicación hermosa entre dos seres cargados de sensibilidades afines.
Sobre ella, cual musa me pareció, me había planteado muchas historias. Vista ahora, de su juventud puede apreciarse que ha sido una mujer excepcionalmente guapa, pero su belleza parece sacada de su fuerza interior y proyectada hasta cubrir lienzos en blanco que se quedan empapados por colores llenos de sentimientos y trabajados por artistas que bien podrían ser de la talla de Julio Romero de Torres, o Zuloaga, Rusiñol, Sorolla… También la miro embobado y trato de profundizar en su propio ser. Entonces ella empieza a entonar como un murmullo muy especial, ese “Tatuaje” que tan primorosamente cantara tiempos ha, también Conchita Piquer. Vuelve a aquel Barcelona de sus tiempos y me cuenta que ”él vino en un barco de nombre extranjero. Se llamaba, se llama Adam. Era alto y rubio como la cerveza y tenía los ojos verdes. Le vi acompañado de unos amigos por el inicio de las Ramblas de Barcelona. Me miró, le miré y todo a nuestro alrededor se quedó en formas difuminadas, o no existía para nosotros. Me dijo su nombre y yo le di el mío. "Comenzaron unos días de bonanza, de ensueño para mi. Me tomó de las manos y a las pocas horas ya estábamos abrazados con ardor. Pero su barco tenía que partir cuatro días después y nos juramos amor eterno. Me daba miedo a que la despedida fuese para siempre, pero él me dijo que no, y poco antes de que la nave levantara anclas, como prueba de amor ciego, él se hizo un tatuaje: era un corazón atravesado por una flecha con los nombres de Adam y Paquita. Yo hice lo propio, lo llevaría siempre y jamás iba a ser borrado. Esperé un año, dos y hasta más, y casi día a día recorría el camino hacia el puerto a preguntar a los marineros por este hombre . A todos les enseñé mi brazo tatuado por un amor que cada día está más perdido para Adam, pero que yo conservaré siempre. Ahora, en Zaragoza, espero. Recreo en mi alma lo que podría haber sido mi vida y me dedico a pensar que mis sueños son reales. Sí, mi amigo, en la vida no hay nada más maravilloso y profundo que los sentimientos derivados del verdadero amor. Y yo, en este banco, espero hoy sentada. Mañana no lo sé, pero nos veremos más veces”. No quiero decir adiós, mi alma se halla encogida. Pero ha llegado el momento de levantarse y mis ojos verdes miran con la mayor ternura a doña Paquita. A mi también me gusta la copla, y no puedo evitar, antes de marchar, susurrarle al oído “La bien pagá”.
Que me perdone Miguel de Molina.

MANUEL ESPAÑOL



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