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Estoy
en una casa montañesa con sabor a naturaleza salvaje, invitado por mi amigo Pedro. La vista es hermosa en
grado inimaginable, por lo que presiento que me esperan unos días de felicidad
intensa. Pero mi gozo en un pozo. De repente noto unos ruidos con aires
fantasmales que se salen de la monotonía, es como un siseo cortante que me va a
taladrar hasta el interior más recóndito de la mente. Temo que aquí va a
suceder algo jamás deseado. Los pocos cabellos y además canosos que me quedan,
siento que se erizan a causa del espanto. El viento sopla ya con violencia
extrema hasta alcanzar el grado de huracanado, por lo que debo tomar medidas
drásticas y urgentes. El esfuerzo y el miedo provocan un estado psicótico que
no hay ser humano capaz de resistir. Cierro las ventanas y tapo todas las
rendijas accesibles para la luz y para el viento. Ni una gota de aire corre por el interior de
la morada y por unos instantes reina el más absoluto silencio. Instantes después se vuelve a producir un estruendo que me llega hasta la garganta,
cae el cubridor externo de la chimenea y la espantada llega a su punto
culminante, cuando las paredes parecen
temblar.
El caos desorganizado es de tal magnitud, que el gato, el perro, un ratón y un mono, los cuatro a una, se ven obligados a improvisar un endeble y pestilente refugio debajo de una manta. No sé si unirme a estos extraños compañeros de cama rústica. Afortunadamente no se ha producido la chispa maligna de fuego que pueda propagarse, lo que no deja de ser un consuelo logrado tras mucho esfuerzo mientras me rechinan los dientes. Pero lo que acaba por ser una solución capaz de superar cualquier extrañeza cabal, como todas mis ideas, me lleva a tapar un agujero y de inmediato abrir otro.
Me pongo muy nervioso y al final noto que más allá de la puerta del terror ha comenzado a llover de forma intensa, mientras dos reactores de la NASA, rompen por encima de mi endeble techo la barrera del sonido. Instantes después creo percibir el gruñido de unas hienas asesinas que provocan un temblor incontenible por todo el esqueleto que todavía me mantiene en pie. Busco y rebusco en todos los rincones del hogar a una velocidad que no me permite ni pensar, como es habitual en mi, y hago acopio de una cómoda mecedora, una manta pastoril con “aroma fuerte” a oveja, un viejo anorak con pretensiones montañeras, una botas de pescar de las que llegan hasta las ingles, y de las escasas ideas que me conducirán hacia un auxilio en el que no confío demasiado.
Me aseguro de nuevo de que las ventanas indiscretas están ciegas y fuertemente protegidas. La chimenea del susto, no, que me parece ha de rajarse de un momento a otro. Tan sólo me falta que salte el hollín e inunde el entorno, que me veo como el rey Baltasar y además sin mirra.
En eso que llega Pedro y se da cuenta de la situación, lo que le da pie para soltar una carcajada cuando me ve con el pequeño zoo que me ha dejado y cuyos “habitantes” no se separan de mi, con el mono, además, subido a mi cabeza. Mi anfitrión y sin embargo amigo, hábilmente resuelve el problema de la chimenea, no sin antes hacer uso de su teléfono móvil y captar unas instantáneas cuando estoy rodeado de los cuatro “okupas” que me acompañan con gestos entre cobardes y agresivos. Y yo, que me quedo con cara de gili.
El caso es que tras la lluvia llega el viento y la puerta de la casa se abre y se cierra produciendo unos ruidos adornados con imágenes un tanto espeluznantes, como si de una película de terror de saldo se tratase. Pedro trata de tranquilizarme, y muy sonriente me dice eso tan manido de “pareces de ciudad, así que no presumas de pelaire, que no llegas a dar la talla. Que no te preocupes, que aquí no pasa nada, que ya estoy acostumbrado a estas cosas y nunca pasa nada, repito. Tranquilo. Ahora me voy a dar una vuelta por allá fuera para traer el ganado hasta la cuadra preparada al lado de esta casa. Dentro de una hora o dos estaré de regreso, no sin antes sellar la puerta desde fuera, lo que te impedirá salir hasta mi vuelta y así estarás con tranquilidad máxima. Si quieres entretenerte, puedes ponerte una película DVD, que como no tengo otra, deberás conformarte con “Me casé con una bruja”, interpretada por una Marina Vlady que está espectacular”. Y le respondo que “no quiero película, que lo que deseo es una brujita de verdad”. Y mi amigo se despide y me dice eso de “hasta luego”, acompañado de un lacónico ¡JA!, seguido portazo y cierre tras una serie de martillazos.
Como hay para rato, me dedico husmear por la cabaña y a la vez residencia, y me encuentro con un cuarto lleno de jamones, chorizos y longaniza del Pirineo aragonés, y al lado todos los utensilios válidos para el corte de estos manjares carnívoros. Pero cuando estoy poniendo en marcha la pituitaria, me da por pensar: “¿Y si vienen las hienas, y si se le escapa a este una vaca furiosa y de grandes cuernos, y los osos…?” Así sucede que vuelvo a ser presa de un ataque de nervios, por lo que tomo un cuchillo de grandes dimensiones, instalo la mecedora frente a la puerta, me abrigo bien tomando el cuchillo entre mis manos con actitud amenazante, me siento, me balanceo, y como no pasa nada adquiero un grado de tranquilidad que caigo en un estado de placidez total, con lo que la Mansión de los Espantos se convierte en un balneario.
No, no necesito de la única película que me ofrece el amigo, pero como soy educado, decido, para mayor satisfacción, ponerme “Me casé con una bruja”, con la única diferencia de que la protagonista es una Sofía Loren en su época más espléndida. La veo tan real como la vida misma, que se sale de la pantalla, me quita el cuchillo mientras comienza a acariciar mi calva, me va desabrochando ropa, y un servidor, no sé si con con cara de bobo o de obseso (no diré de qué tipo de obsesión), tonto que tonto, le abro los brazos para que me tome con facilidad. Cuando estamos casi con el boca a boca, a la chica se le pone una imagen fantasmagórica, y lo que parecían unos labios carnosos, se convierte en unos colmillos draculianos. Justo que cuando se abre la puerta y vuelve Pedro, que se asusta ante mis quejidos de pánico, mientras que en la pantalla de la televisión suena el Himno de…. (Pongan los lectores el título que quieran).
Así que felices sueños.
MANUEL ESPAÑOL
El caos desorganizado es de tal magnitud, que el gato, el perro, un ratón y un mono, los cuatro a una, se ven obligados a improvisar un endeble y pestilente refugio debajo de una manta. No sé si unirme a estos extraños compañeros de cama rústica. Afortunadamente no se ha producido la chispa maligna de fuego que pueda propagarse, lo que no deja de ser un consuelo logrado tras mucho esfuerzo mientras me rechinan los dientes. Pero lo que acaba por ser una solución capaz de superar cualquier extrañeza cabal, como todas mis ideas, me lleva a tapar un agujero y de inmediato abrir otro.
Me pongo muy nervioso y al final noto que más allá de la puerta del terror ha comenzado a llover de forma intensa, mientras dos reactores de la NASA, rompen por encima de mi endeble techo la barrera del sonido. Instantes después creo percibir el gruñido de unas hienas asesinas que provocan un temblor incontenible por todo el esqueleto que todavía me mantiene en pie. Busco y rebusco en todos los rincones del hogar a una velocidad que no me permite ni pensar, como es habitual en mi, y hago acopio de una cómoda mecedora, una manta pastoril con “aroma fuerte” a oveja, un viejo anorak con pretensiones montañeras, una botas de pescar de las que llegan hasta las ingles, y de las escasas ideas que me conducirán hacia un auxilio en el que no confío demasiado.
Me aseguro de nuevo de que las ventanas indiscretas están ciegas y fuertemente protegidas. La chimenea del susto, no, que me parece ha de rajarse de un momento a otro. Tan sólo me falta que salte el hollín e inunde el entorno, que me veo como el rey Baltasar y además sin mirra.
En eso que llega Pedro y se da cuenta de la situación, lo que le da pie para soltar una carcajada cuando me ve con el pequeño zoo que me ha dejado y cuyos “habitantes” no se separan de mi, con el mono, además, subido a mi cabeza. Mi anfitrión y sin embargo amigo, hábilmente resuelve el problema de la chimenea, no sin antes hacer uso de su teléfono móvil y captar unas instantáneas cuando estoy rodeado de los cuatro “okupas” que me acompañan con gestos entre cobardes y agresivos. Y yo, que me quedo con cara de gili.
El caso es que tras la lluvia llega el viento y la puerta de la casa se abre y se cierra produciendo unos ruidos adornados con imágenes un tanto espeluznantes, como si de una película de terror de saldo se tratase. Pedro trata de tranquilizarme, y muy sonriente me dice eso tan manido de “pareces de ciudad, así que no presumas de pelaire, que no llegas a dar la talla. Que no te preocupes, que aquí no pasa nada, que ya estoy acostumbrado a estas cosas y nunca pasa nada, repito. Tranquilo. Ahora me voy a dar una vuelta por allá fuera para traer el ganado hasta la cuadra preparada al lado de esta casa. Dentro de una hora o dos estaré de regreso, no sin antes sellar la puerta desde fuera, lo que te impedirá salir hasta mi vuelta y así estarás con tranquilidad máxima. Si quieres entretenerte, puedes ponerte una película DVD, que como no tengo otra, deberás conformarte con “Me casé con una bruja”, interpretada por una Marina Vlady que está espectacular”. Y le respondo que “no quiero película, que lo que deseo es una brujita de verdad”. Y mi amigo se despide y me dice eso de “hasta luego”, acompañado de un lacónico ¡JA!, seguido portazo y cierre tras una serie de martillazos.
Como hay para rato, me dedico husmear por la cabaña y a la vez residencia, y me encuentro con un cuarto lleno de jamones, chorizos y longaniza del Pirineo aragonés, y al lado todos los utensilios válidos para el corte de estos manjares carnívoros. Pero cuando estoy poniendo en marcha la pituitaria, me da por pensar: “¿Y si vienen las hienas, y si se le escapa a este una vaca furiosa y de grandes cuernos, y los osos…?” Así sucede que vuelvo a ser presa de un ataque de nervios, por lo que tomo un cuchillo de grandes dimensiones, instalo la mecedora frente a la puerta, me abrigo bien tomando el cuchillo entre mis manos con actitud amenazante, me siento, me balanceo, y como no pasa nada adquiero un grado de tranquilidad que caigo en un estado de placidez total, con lo que la Mansión de los Espantos se convierte en un balneario.
No, no necesito de la única película que me ofrece el amigo, pero como soy educado, decido, para mayor satisfacción, ponerme “Me casé con una bruja”, con la única diferencia de que la protagonista es una Sofía Loren en su época más espléndida. La veo tan real como la vida misma, que se sale de la pantalla, me quita el cuchillo mientras comienza a acariciar mi calva, me va desabrochando ropa, y un servidor, no sé si con con cara de bobo o de obseso (no diré de qué tipo de obsesión), tonto que tonto, le abro los brazos para que me tome con facilidad. Cuando estamos casi con el boca a boca, a la chica se le pone una imagen fantasmagórica, y lo que parecían unos labios carnosos, se convierte en unos colmillos draculianos. Justo que cuando se abre la puerta y vuelve Pedro, que se asusta ante mis quejidos de pánico, mientras que en la pantalla de la televisión suena el Himno de…. (Pongan los lectores el título que quieran).
Así que felices sueños.
MANUEL ESPAÑOL
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