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HORA BRUJA / EL SOL SE DUERME SOBRE EL MAR INFINITO

Foto: M.E.

El sol se duerme, la tierra se apaga sobre el mar infinito, un astronauta da vueltas en torno a un globo sin fin, mientras una música suave y a la vez cargada de inquietud, enciende los ojos de la luna. ¿Será Mozart, o Beethoven, Shostakovich, Mendelson, Schubert? Da lo mismo, parece de que los espacios etéreos están llenos de una magia especial que escapa de la eléctrica  realidad de rayos y truenos que asustan y que contraen la respiración de nuestro cerebro. Es cuando la cabeza humana  parece un carrusel, a veces un poco locuelo y pero diría que siempre tratando de seguir la estela de las horas hermosas.
¿Algo más? Ante mi se presenta, creo que partiendo de mi imaginación, la musa idealizada, y mi corazón comienza a latir con una fuerza extraña, ejerciendo con la irresistible atracción del más poderoso imán, en un momento en el que soy todo hierro moldeado a mi capricho por un fuego agitador. Estoy en una playa solitaria del Mediterráneo, la atmósfera se queda limpia, y miro, y miro e imagino, cómo comienza a aparecer la luz lunar que tanto alumbra en mi interior encefálico de loco surrealista, para la que no hace falta telescopio. Las imágenes que me rodean, son cada vez más nítidas en mi mente, y creo que también a la luz de un firmamento limpio y estrellado.
Por fin la veo y la escucho cantar como si del más maravilloso susurro se tratase. Poco a poco se acerca ella ante mi presencia, como enfocada por un cañón de luz con aires fantásticos por el encanto. Se trata de una dama bellísima con aires llenos de misterio y aristocracia, que me relevará llamarse Katiuska. Su voz me seduce, incluso diría que procede de la mejor soprano de todos los tiempos, de una María Callas que canta para mi como nadie lo ha hecho nunca, el aria “Casta Diva”, de la ópera “Norma”, de Bellini. Extiendo los brazos y miro hacia donde creo se halla esta musa. La tengo a mi lado y una visión que se salta todas las normas de un mundo sereno, me incita a abrazarla acompañada de la más ensoñadora música. Pelo largo rubio, ojo azules, parece belleza del Este, ataviada con un vestido blanco y largo hasta los pies, que da a impresión de ser semitransparente, que a una primera vista parece proceder de las estepas polares de la Rusia en la que vivían los zares. La música se silencia ante la belleza de las miradas mutuas, al principio de observación y gesto tímido, hasta que llegan las sonrisas y las palabras reforzadas por esos pensamientos que no acaban del todo de salir a la luz.
“¿Y cantas ópera?”, le pregunto. Ella se ríe, pero casi inmediatamente asoma un rictus triste. Como me gustan los toques alegres, no se me ocurre otra cosa que cantarle el “Adiós a la vida”, de “Tosca”. Nueva metedura de pata mía, pero aprovecho, para tomarle de las manos, ponerle de nuevo cara llena de ternura, y a continuación aprovechar que muy cerca de nosotros suena el sirtaki,  y lo bailamos al estilo de “Zorba el griego”. Perdón, Zorba; perdón, Mikis Teodorakis, porque ni Katiuska ni yo somos unos bailarines modélicos.
Nos volvemos a sentar sobre la arena  mirando hacia ese mar infinito que poco a poco nos va cautivando. La atmósfera sigue siendo cautivadora y romántica. Ella insiste y confirma que se llama Katiuska, pero en un tono un tanto pícaro, también dice que no es rusa y que ni siquiera procede de los fríos polares, que su  padre es asturiano aunque de familia de Bielorrusia, y su madre aragonesa, de tierras del Pirineo “Es igual, -le digo- permíteme que acaricie tus manos, tu pelo, sintamos la luna mediterránea y dejémonos llevar por sus hechizos; permíteme soñar que esta noche eres mía”. “Soñar es hacerte tu propia realidad”, termino afirmando. Y el caso es que estas últimas palabras me las creo con tal fuerza, que me permiten presentir una respuesta, puede que imaginaria pero siempre  muy hermosa.
Estoy alegre; brinco, abro de nuevo los brazos, giro sobre mí mismo como si yo fuese una montaña rusa descontrolada, ella ríe de nuevo, me abraza con fuerza y volvemos a caer sobre la arena playera. Juntamos nuestras miradas, nos levantamos, y cogidos de la mano vamos hacia no sé donde, es igual. Un fulgor impresionante me ilumina y me acerca aún más a esta musa que me deshace con su agua de rosas que emociona. Agarrados con pensamientos tiernos, formaremos un dueto que vendrá a ensalzar un canto a nuestra locura, apoyados por la música de Mozart. Ya hemos comenzado a poseernos con nuestras intenciones. ¡Qué hermoso es sentirnos uno y otro unidos bajo la luz de luna y de las estrellas, camino hacia la eternidad.
Mientras, muchos kilómetros hacia arriba, un astronauta que no se entera de nada, da  vueltas al globo terráqueo, y el sol se ha dormido. Ha llegado la hora de los sueños, esos que están cargados de una vida intensa, que de nosotros depende que sea real.

MANUEL ESPAÑOL

MANUEL ESPAÑOL

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