Tiempo de Navidad. Mientras, a lo lejos suenan villancicos envolventes con sonrisas que siembran alegría. Todo vestido de un blanco con motes de ligera suciedad de tanto revolcarsnos por la tierra y la hierba rapada y húmeda, sueño con ser una estrella de los deportes de la nieve y del hielo. Abrid pista, que me lanzo. Guiados por el buenazo de Baltasar en la parte sensata, éste vigilaba nuestra seguridad, pero no éramos muy obedientes. Así, ¡la que se organizaba en las pendientes de Jarandín, en las montañas pequeñas de Biescas. Muchas risas insensatas, tozudos y tozolones dábamos cuenta que los chicos de mi pueblo sentíamos devoción por el factor riesgo. Éramos unos pelaires chicos y privilegiados que de los campos y montañas sentíamos la las sensaciones más felices con todas de la ley, y hasta sin esa ley que a veces quebrantábamos poniendo en entredicho nuestra integridad física. “Chiqués, que un poco borricos ya sois, que cualquier día se os va a chafar la crisma”, nos decía Baltasar, poniéndose a veces caras de auténticos sustos, con los dedos de la mano derecha acariciándose en la nuez de la garganta y mostrando una faz pálida. Para colmo de males yo era en aquellos tiempos un “mocé” bastante novato con altos grados de insensatez. Por eso, mi bautizo blanco resultó accidentado, hasta el punto de que en una de las caídas, me golpeé en una rodilla y canté el “ayayay ayayay” como si fuera el mismísimo Miguel Fleta, claro que desentonando a lo bestia; después rocé suavemente con una piedra y rompí los pantalones, dejando la culera al aire. Mis amigos Jorge Claver, Manolé de Elías, Toñín Campo, Toñín de Chorros, Pepe Lacasa, José María Lasierra, los hermanos Ángel y Agustín García Pomar, Rafael Oliver, Eduardo Lacasa, Eduardo de Casa Galís, Pedro Solanilla, David (hijo de un guardia civil), y el propio Baltasar se vieron en el desagradable problema de trnasportarme en brazos a casa y tapándome el descosido. Menos mal que la situación no daba para cantar “Adiós a la vida”, esa maravillosa aria del “Tosca” de Puccini” que hizo tan célebres las interpretaciones de Fleta y Pavarotti. Con fortuna el accidente no dio para más, y los amigos estaban que se partían de risa por las meteduras de pata de este capullo primerizo (servidor de ustedes).
Estuve tres días de simple espectador, sin lanzarme por Jarandín con esas tablas de incauto que llevaba. ¡Qué insensato fui entonces, que me estrené con unos esquís cubanos, es decir, unas tablas de tonel de cuba bien atadas y abrillantadas para tener mayor margen de maniobra! Para colmo, mis compañeros casi tan novatos como yo, pero un poco menos, llevaban todos esas imitaciones de esquí que nos ayudaban, pero que no impedían accidentes, afortunadamente suaves. Entre todos hicimos una gran amistad cuando nos hallábamos en torno a los nueve años, que era cuando llegué a Biescas por primera vez. Como era tiempo de Navidad, me invitaron a jugar a San Manuel. Sin duda, empezaba la mejor época de mi vida en Casa Sebastián, que aún continúa, y me gustaría que por muchos años más, a pesar de mi actual edad avanzada y los accidentes de montaña, que aún no cesan.
Aprendí muy pronto a esquiar con monitores, y allá arriba que me subía todos los días invernales que podía y terminé desenvolviéndome muy bien. Algunas veces me encontraba en Formigal o Panticosa y Cerler con Baltasar y siempre agradecía su ayuda, como excelente pister que era. Hoy nos encontramos en nuestro querido pueblo tan altoaragonés y tan español a todas horas, y como buenos colegas ya nos conocen bien en todos los bares (Baltasar y yo). ¡Qué buenos son los brindis con cerveza, acompañados de patatas bravas y de esos boletus que saben a gloria.
Pero si estamos en tiempo de deseada alegría, la tristeza de los recuerdos también nos invaden con nuestras múltiples sensaciones y rictus que nos hacen inclinar hacia abajo nuestra mirada. Buena parte de nuestros mejores amigos han desaparecido, otros se han visto atacados de las enfermedades más graves, y los pocos que quedamos hacemos esfuerzos para reír y recordar y disfrutar todavía de aquellos tiempos en los que nuestros corazones, los de los más pequeños, recorrían todas las casas de Biescas con zambombas y cantábamos eso de “hoy los niños que aquí veis, reunidos celebramos, las fiesta de San Manuel y a principio de año. Feliz Navidad, vecinos. Dadnos una limosna, por favor. Dinero, o patatas, fruta, chocolatinas…”
Y como soy Manolo, a mi que me correspondía llevar al Niño Jesús. “¿Pero para qué queréis comida y dinero”, nos gritaban desde muchas de las ventanas y balcones.. Que San Manuel ya no existe”, decían, “pero no queremos que os quedéis con necesidades y por lo menos algunas patatas y huevos os vais a llevar. Y así reuníamos lo suficiente para vender en las tiendas, donde no nos pagaban mal, y así cada año nuevo por las noches disfrutábamos de unas festolinas que nos hacían muy felices.
¡Viva Biescas que es mi pueblo, El más hermoso del mundo! Ahora pasa por mi cabeza y mi corazón, reunir a aquellas viejas “glorias” que todavía quedamos con ganas de disfrutar.
MANUEL ESPAÑOL
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