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HORA BRUJA / EN LAS AGUAS TURBIAS DEL RÍO HUERVA

Foto: M.E.


La noche se me ha echado encima y comienzo a temblar de nuevo. Las perseidas, me refiero a las “lágrimas de San Lorenzo”, ya han desaparecido del firmamento luminoso y me veo en la más absoluta soledad. ¿He dicho veo? En realidad lo mío es que vuelvo a sentir que tan solo me acompaña la escasa imaginación que poco a poco se difumina y no sabe por donde ir. Camino por la rivera de un Huerva que salpicado de un agua tan turbia como yo, y que por si fuera poco emite unos sonidos atonales desagradables que aceleran mi estado nervioso. No, no tengo ganas de reír, y lo cierto es que, paso a paso acumulo un miedo que va en aumento, que me  obliga a mantener la boca bien cerrada. ¿Quién me ha ordenado venir por este paisaje urbano poblado de sombras que agitan un viento emisor a veces encañonado con fuerzas que asustan se pierden por una depresión cada vez más hundida que excita a mis pupilas que se sienten receptoras de imágenes fantasmales, que paradójicamente no sé si existen. No puedo más. Doy un paso ciego, otro más, y tropiezo con la raíz de un árbol que me provoca para chocar con  un sendero inclinado hacia abajo, herboso, lleno de barro y salpicado a veces por excrementos que me ponen perdido, también mentalmente. De repente, un gato maúlla desesperado y un perro que parece un lobo feroz proyecta su luz a través unos ojos muy brillantes, que de salto en salto cambian constantemente de ubicación. Mis temblores son cada vez más insufribles. Caigo al agua color chocolate impuro y manchada, y grito desesperadamente. A cada minuto más loco, más berreo en esta noche gélida que me acoge con una violencia surrealista. No, no se rían amigos (o enemigos) lectores, y no me martiricen todavía más, aunque en este mundo traidor donde todo es posible, “nada hay de verdad ni es mentira, que todo es del color del cristal con que se mira”, que así dijo Ramón de Campoamor  en su poema de 1846 “Las dos linternas” (perteneciente a su obra “Las Doloras).
El agua está fría, casi tocando  la desembocadura en el río Ebro, donde el caudal baja más crecido. La situación en que me encuentro no está acompañada precisamente por expresiones muy académicas que salen de mis cuerdas vocales. Sugiero que lean así ustedes, sufridos lectores. En las orillas todavía bañadas en el líquido y anárquico elemento, unos patos bien cebados devoran con la mayor crueldad pececillos inocentes, mientras que a su vez los no demasiados y gigantescos siluros que proceden del Pantano de Mequinenza (¡menos mal!) devoran a los plumíferos vivientes. ¡Menudos y también casi terribles espectáculos que se dan casi a las puertas del Pilar. Si a ello se añade que no voy más abrigado que por una cazadora tipo forro polar de Kazajistán, un recio pantalón de pana falsificado, y unas débiles botas que dejan traspasar todo, voy que me pierdo. Estoy también que no tengo ni en unos esos segundos de los que saco  la cabeza por encima del agua de la cabeza, que me lleva al sufrimiento de una tensión límite. Lucho intensamente contra mi mismo y llega el momento en que vislumbro una hoguera a modo de calefacción, y unos autónomos preparando un asado que por la tentación a la que son sometidas mis pituitarias solo puede saber a gloria. “Compadre, compadre, sea bienvenido s nuestro campamento, ahora que la Reme ha preparado la cena, que aquí bajo el puente estará usted calentito y comerá bien”, gritan mis potenciales salvadores desde la orilla que todavía salpica. Pero tan mojado estoy que doy pena, y es cuando la Reme me ofrece unos calzoncillos limpios y secos que habían pertenecido al extinto tío Nicasio.  Me acerco paso a paso a  la hoguera y uno de mis anfitriones me cede una bota llena de vermut casero, que está concienzudamente preparada y que viene bien para distribuir mejor las abundantes calorías con que nos vamos a cargar y que también sirven para que pueda girar sobre mi mismo y así evadir preocupaciones tras sentirme víctima de una pequeña moña. Bueno, ustedes ya saben. Ya solo falta que nos venga a visitar la Guardia Civil para pedirnos unos papeles de los que no disponemos, por lo menos en i caso, que es papel mojado. Pero no, nuestro visitantes no son los del tricornio sino vecinos de ubicación, y se integran en el grupo de los pirados y simpáticos hospitalarios. Hay que calentarse, amigos, que aquí hace mucho frío y la ropa sigue mojada; mientras, un pato cae al fuego y huele a chamusquina.
 ¿Ustedes guatan? A fin de cuentas, señoras y señores, la vida es bella y también tiene sus puntos positivos. Y la Reme se pone a cantar y a bailar, mientras que los miembros de la falsa Benemérita dan palmas y el Justino se lanza al centro del corro para  amenizar la noche por bulerías y  acompañar un jaleo de los que hacen época.

MANUEL ESPAÑOL



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