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HORA BUJA / NOCHE DE ENSUEÑO EN EL DANUBIO




Paseo por el Prater de Viena. En mi interior suena insistentemente la banda sonora de la película El Tercer Hombre. Mi imaginación me traslada  a 1947, en plena guerra fría, casi recién finalizada la Segunda Guerra Mundial, cuando la capital austriaca estaba dividida  en cuatro sectores. Mi mente se excita hasta alcanzar grados de ensueño. Ante mi se halla la gigantesca noria del parque de atracciones mas antiguo del mundo, situada en zona rusa. Ya veo, estoy en el lugar, ya imagino a Orson Welles y a Joseph Cottens dando vida a sus personajes  Harry Lime y Hollin Martins, respectivamente, salidos de la autoría de Graham Green. Allí están, en su cabina feria,l cuando alcanzan el punto álgido  y discuten de lo divino y de lo humano, de la escasa importancia de la vida de personas que vistas desde arriba se asemejan al tamaño de los pequeños gusanos. ¿Es delito matar a un gusano? Me pongo de parte del americano Martins con su espíritu mas noble que un Harry que se dedica a traficar con penicilina adulterada y que introduce en determinados hospitales, con resultados de muertes, especialmente de niños. No lo puedo soportar. Mis pensamientos fúnebres no exentos de humanidad, me invitan a salir de ese ambiente innoble, y escapo a todo correr por unos paisajes urbanos difuminados. Mejor se debe estar en las cloacas, y con tanto convencimiento lo creo, que levanto la tapa de una alcantarilla, entro, la vuelvo a poner, bajo por las escalerillas, enciendo una linterna y veo ratas, muchas ratas. El olor es pestilente, no entiendo los motivos que me han impulsado a escapar sin una direccion fija. Simplemente, quiero huir de los humos asesinos y de los pensamientos oscuros, lo que me ha obligado a cerrar los ojos de la razón. Grito, chillo, piso una rata, caigo al agua infecta. Sigo queriendo escapar y me tapo los oídos para dar paso desde mi interior a una orquesta de citaras envolventes que con sus notas repite los acordes centrales de la banda sonora. Me paro, vuelve el silencio y grito lo que Hollín no se atrevía  a decirle a Harry desde arriba a fin de no caer víctima de sus impulsos: "Harry, eres un cerdo, eres un asesino, un traidor". El caso es que lloro de impotencia ante la situación. Por fin veo otra escalera que puede darme paso a un punto de salida. Subo, levanto la tapa y salgo a lo que creo es una plaza  del sector aliado en Viena. No se ve ni un alma, en el ambiente reina el silencio más absoluto.

 Comienza a anochecer, hace mucho frío y el aliento se transforma en un vapor helado. Jadeo, tirito, tiemblo de miedo, estoy a punto de desfallecer. Hasta mi llega un potente haz de luz que ilumina de manera recortada un portal por el que pasa un gato de agigantada figura por efectos de la luminotecnia. La luz se debilita un poco y comienzo a ver desde el suelo con menos luminosidad pero con mayor nitidez. Una mujer recoge el gato negro, lo pone en sus brazos y viene hacia mi. "Le ocurre algo, señor? ¡Dios mío, pero si está usted empapado y tiembla de frío! ¿Le puedo ayudar en algo?" Le digo que he caído por una alcantarilla, no me acuerdo bien de que manera, y que accidentalmente he salido a través de una tapa que he podido adivinar gracias a la filtración de un rayo de luz. Ciertamente, no se bien donde me hallo ni donde se encuentra el hotel donde me alojo, y siento que me hallo perdido. Ella deja al animal en el suelo y ayuda a incorporarme. Tan solo me dice en plan escueto: "venga conmigo, acompáñeme". Entramos por el portal que anteriormente estaba iluminado  por el cañón de luz, empuja una puerta y accedemos a su pequeña vivienda. Me da una toalla y me señala el cuarto de baño, donde deberé esperar hasta que me traiga  ropa seca que pertenecía a su marido fallecido en la guerra mas reciente. "Creo que le vendrá  bien", me dice. Ya más limpio y relajado, encuentro con que ha preparado una sopa caliente y un revuelto de huevos. Noto que he tenido mucha suerte, que me encuentro ante una mujer especialmente hermosa y de una gran calidad humana. Se llama Anna y me dice que esa noche me quede a dormir en su casa, que yo me acostaré en su cama y ella en el sofá.
Sueño profundamente y cuando ya había perdido la noción del, tiempo y de las circunstancias que me han llevado hasta allí, pronuncio con fuerza y hasta con cierta voz de deseo el nombre de Anna, y despierto cuando me encuentro recostado en un banco público aprovechando los últimos resquicios de un sol invernal muy agradable, muy cerca del Danubio y mirando hacia el Prater.   Una voz femenina me susurra: "¿Le ocurre algo, señor? Me llamo Anna y paseaba con mis amigas. Le he escuchado pronunciar mi nombre y me ha llamado la atención hallarle en el trace de un extraño despertar. ¿Pero le puedo ayudar de alguna manera?" Me doy cuenta que es la mujer de mi sueño y no doy crédito a lo que ven mis ojos. Sonrío, me sonríe y le cuento mis aventuras somnolientas, y ella me pone ojos de ternura. Le digo que soy español y que me llamo Gabino, que viajo solo y que estoy haciendo turismo por Austria y Hungría. Ella está comunicativamente dulce, y a sus amigas les da por reír. Entre todas me arrancan del asiento, me toman de la mano, comenzamos a  danzar con intensidad y al ritmo de una música tirolesa. De repente, del Tirol pasamos a la Viena que nos acoge, y de una caseta de atracciones sale el sonido  del Vals del Emperador; tomo a Anna de la cintura y le da por ponerse tímida, pues se para y me dice siente vergüenza. Pero también resulta cierto que ella es muy dulce y acogedora, y le manifiesto la gran ilusión de mi vida, que es bailar el "Danubio  Azul" en su propio ambiente vienes, que en realidad de azul no tiene nada, ya que donde estamos las aguas presentan un tono achocolatado, y que aun con todo, sigue cargado de poesía. El caso es que mis amigas me dicen que si lo que quiero es bailar en pleno ambiente deberé esperar a nochevieja y estar pendiente de que den las doce campanadas, como hacen todos los vieneses. Pero como estamos, digamos que en octubre, nos faltan dos meses y no puedo permitirme ese lujo maravilloso. Así que Teresa dice que ella toca muy bien el acordeón y podemos ir a su casa a bailar, por lo que la propuesta nos parece a todos muy bien, y en vez de escuchar a la Sinfónica de Viena, María Teresa pone su arte. Esta vez sí, Anna se deja asir por la cintura, comenzamos a girary a girar a un ritmo frenético poniendo cara de felicidad. Así inauguramos el imaginario nuevo año como si fuera el verdadero. Vamos, como en la capital de Austria.
Este sí que es un fantástico despertar de un sueño que sigue y sigue… Dancemos todos.


MANUEL ESPAÑOL

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