Son las siete de la mañana, estoy rodeado
de las montañas de Biescas. Casi de un brinco me planto
en la ducha para ser pasado por agua. “Ay, la naturaleza es bella, démosle una
sonrisa a la vida”, me grito a mi mismo y suelto una carcajada. No sé por qué,
pero hoy me siento más locuelo de lo habitual y haciendo un derroche acuáticamente
placentero, eso sí breve, me pongo a tararear canciones serranas con toque
pirenaico, a las que les cambio de letra continuamente dada mi escasa memoria,
armándome de esta manera unos tacos impresionantes: “…Y dormirás en un lecho de
flores con cuatro montañeros que te hablarán de amores…”. Como estoy solo, no
me queda otro remedio que falsear más mi voz, y darle un toque femeninosopranil
para continuar: “a la sierra chicos, si, sí, sí que quiero ir, para dormir con
cuatro montañeros y que me hablen de amores...”. De repente noto que se abre la
puerta del baño, y como la mampara es transparente, uno que en el fondo es muy
púdico, ante las dudas que me acechan a la velocidad del trueno, me tapo lo que
puedo con las manos. Entra mi primo Marcelo, que no me acordaba había venido a
pasar la noche a mi casa y así llegar más pronto a la de la tía Cuqui, que
tiene una vaca preñada y a punto de parir, y él sabe mucho de eso. “Gabino que
estás más loco que aquella cabra que compré en Zaragoza al titiritero, y además
berreas tanto como la trompeta que también me metió en el lote el individuo. So
capullo, que ya llevas casi una hora haciendo el canelo y me has desvelado.
Hala, vete al campo de una vez, que me has dejado con ojos como platos, y como
estamos solos he preparado dos desayunos a la antigua usanza y sin censura”.
Mientras, me río y me visto aprovecho
para recordarle que lo que quería comprar él era la trompeta, que la cabra se
la dio para que hiciera lo que quisiera conella, que era muy vieja y no servía
para nada. “Que me acuerdo muy bien, primo, que nos quedamos solos tu y yo con
la cabra y el instrumento sin saber qué
hacer con el animal, que sabíamos que éste no iba a entrar en casa por un
razonable imperativo legal. Afortunadamente nos encontramos con Cipriano, que
se encariñó con el bicho y se lo llevó con la furgoneta a su pueblo… Anda que
creo que aún nos está buscando desde cuando vio que no le daba leche”.
El caso es que tras un suculento almuerzo
acompañado de toda una ensalada de disparates verbales aderezados con sonoras
carcajadas y con la indumentaria de un fotógrafo excursionista aficionado, me
despido con la continuidad de la narración de un dulce o amargo recuerdo, según
se mire, del que Marcelo no salió precisamente bien parado: “…. ¿Y te acuerdas
de cuando después de estar con los titiriteros entramos en casa y te pusiste en
plan musiqueta a soplar espantando al perro y a gato que se escaparon juntos?
No pongas cara de tonto, que del todo no lo eres. Afortunadamente te fuiste dos
días después de regreso la aldea próxima, y como ya tenías todo un manual de
“Aprenda a tocar la trompeta en dos horas”, con tu buena voluntad le echaste
diez y al día siguiente, cabras y vacas se volvieron locas de la mala leche que
tenían, emprendiendo toda una desbandada”. De repente, un hueso de aceituna me
da en la cara. Ya sé de donde procede.
No sé qué me ocurre, que hoy tengo ganas
de mucha juerga y no pierdo la sonrisa y salgo cantando eso de “Marcelo eres el
más grande, Marcelo eres el mejor…” El otro me saluda con la mano y me llama
“cabrito”.
Poco después me encuentro con Ricardo,
quien me pregunta que a donde voy, pero que antes de que me escape me invita a
un café bañado con güisqui. Le digo que sí, y le explico que mi salida a la
montaña es la de un excursionista con ganas de material gráfico para mis
tonterías blogueras, pero que mi interés en especial está en las ardillas y en
las mariposas. Y es que ayer pasé por un cañón con agua precioso, y una de las grandes rocas estaba totalmente
cubierta de mariposas, ofreciendo un espectáculo multicolor fascinante. Mañana
me planto aquí dije para mis adentros. “Cuida mucho los pasos que vas a dar –me
dice el amigo- que el terreno está muy resbaladizo y por retratar lepidópteros
no te vuelvas un mariposo. Jajajajajajajaja”. Muy chistoso él, pero le doy las
gracias por el café y me voy un poco mosqueado, que en poco rato se me ha
llamado cabrito y mariposo. Pero no pasa nada, que la vida hay que tomarla
siempre con una sonrisa entre los labios.
Me introduzco por un camino enzarzado y
lleno de moras. Levanto la vista y ante mi tengo unas montañas espectaculares, bajo
la mirada, extiendo las manos y una tras otra me las introduzco en la boca.
¡Vaya manjar que nos da la naturaleza! Es el postre exquisito que necesitaba. Y
mirando a la montaña cerca del agua cañonera, tomo la bota que tengo llena con
tinto del Somontano, echo un par de tragos, y me voy cantando eso de “¿Que
tiene la zarzamora que llora y que llora por los rincones, Qué…”. Claro, que
en ese momento me acuerdo de Lola
Flores, y sigo con “A tu vera”y “Capote de grana y oro”, y… Menos mal que se me cruzan unos amigos tan
especiales como Maica y Ángel entonando el “Canto a la libertad”, y me uno al
coro. A partir de ahí despliego todo mi repertorio de José Antonio Labordeta y
La Ronda de Boltaña, así hasta que llego al punto trazado y con la bota casi
vacía. A los quince minutos me encuentro con una pareja de fotógrafos especializados
en el mundo de la naturaleza, Rosalía y Miguel, que me dicen, no sé si a causa de la climatología
o de qué,los animalitos que busco no se muestran en exceso. Parezco, y lo soy,
un aragonés muy tozudo, y hasta que no la consigo no paro. Así que dale que
dale, no me quiero ir sin retratar una mariposa muy de cerca. No sé lo que
hago, que recorro y recorro espacios y se me escapan todas. Pero hay una alada
que lleva como dos minutos quieta en una rama, por lo que me acerco
sigilosamente, se me escapa y disparo a destiempo, con lo que de la impresiónme
caigo al agua, salvando la cámara, eso sí. Menos mal que la mochila la había
dejado en la orilla. Al ver que no me ha pasado nada y aunque con cara de susto
me río, me asegura Miguel con mucha sorna que “después de esta te habrás dado
por vencido”. Y como además de pelaire convencido he vivido siete años en
Bilbao y todo eso crea escuela, no se me ocurre otra contestación que
“yoooooooooo?”. Así que adelante con los faroles sigo espantando mariposas, y
para una ardilla que veo, ahí se va a quedar esperándome . Empiezo a
desmoralizarme y estoy decidido a hacer el intento final. De nuevo mariposa en
rama y caída sobre la hierba con vuelta de campana incluida. Miguel se me
acerca de nuevo y me pregunta si me ha pasado algo. Lo único que se me ocurre
decirle es: “Miguel, a la cámara no le pasa nada, tómala por favor, y sácame si es posible la mariposa que siempre
se me escapa”. Fantástico, que la consiguió
al primer intento y en solo cinco minutos. Y yo aún mojado poniendo cara
de bobo. Debo reconocer que por querer ser cazador me sentí un poco mariposo,
dicho en el buen sentido. Mejor, me quedo con lo de loco surrealista.
MANUEL ESPAÑOL
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