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HORA BRUJA UN GALLO DE PELEA EN PARÍS





Hoy me ha cantado el gallo. El muy c… (pónganle ustedes el significado a los puntos suspensivos). ¿Quién le habrá mandado meterse en mi vida? No, si es que lo mío es un vivir sin mi, que no hay quien lo entienda si no tiene unos ciertos aires surrealistas. Abro un ojo, después otro, y Helios parece que quiere salir, que las tinieblas le espantan. Le digo a su divinidad mitológica que tenga paciencia, que espere aunque sea un  poquito, que una cabezonada mía, muy pequeña, que no hace falta sea muy grande, le permitirá trabajar menos y yo podré entregarme a los brazos de Morfeo, y soñar, y lanzar mi sonrisa a los cuatro vientos seductores, y soñar desde un ático asomado a lo más céntrico en el barrio de Montmartre en París, con las desgarradoras danzas apaches en sus locales, a veces crueles y siempre bellas. Pero… Vuelve a cantar el gallo, me doy cuenta de que mi ventana está abierta. No puedo más con este pedazo de animal posado en el alféizar, con lo que sin llegar a tener bien abiertos mis ojos, agarro un zapato que está a mano, lo lanzo, me esquiva el gallináceo, repito y vuelve a pasar lo mismo, y por fin despliega sus alas hasta mi almohada. Me enfado, consigo asirle por las patas, y el otro cacarea que te cacarea y que trata de escapar. A muerte que va a ser la pelea, o él o yo. Intenta meterme el pico en la cara, y yo que quiero retorcerle el cuello, busco la navaja y me doy cuenta que la única arma que tengo con filo es un cortaúñas. Como no quiero perder el tiempo, cada vez que puedo sujetarle mínimamente, me llevo por delante dos o tres plumas. A este ritmo no puedo más y le digo que tiene descuidadas a sus gallinas, que me deje en paz, con lo que medio desplumado vuelve a saltar por la ventana y aprovecho para impermeabilizarme de ruidos extraños. La pelea me ha excitado y al regresar a la cama me doy cuenta que estoy sin zapatos, y que la almohada se encuentra destrozada y el aposento lleno de plumas.
¿Y ahora cómo le explico esto de una forma razonable a la dueña de la pensión, tan amable ella que me ha cedido su mejor estancia? En ello estoy pensando, cuando escucho unos golpes en la puerta y a continuación una voz que e dice: “Monsieur Gabino, sería tan amable abrirme? Tengo algo para usted”. Mi respuesta: “Ay madame Joelle, es que no estoy presentable”. “No se  preocupe monsieur -asegura ella-, que ya me hallo acostumbrada a situaciones de este tipo, y tampoco se moleste si todavía no se ha afeitado, pero es que lo que necesito de usted es urgente”.  Y uno que tal, que soy yo, le dice que “estoy completamente desnudo y de muy mal ver”. Y ella, dale que dale, que quiere entrar y me asegura que le da igual, que si estoy más tranquilo, que tape mis vergüenzas con una sábana, o dos si son menester. “Lo hago por su propio bien, que conste”. No me queda más remedio, voy decidido hacia la puerta, la entreabro y me asoma los dos zapatos que acababa de lanzar como armas arrojadizas y que habían caído al patio de la casa, donde mi anfitriona tiene un gallinero. Por supuesto que el cazado muestra todo plumas adheridas. Me quedo paralizado y ya sin fuerzas ni mentales ni físicas, accedo temblando a que la señora entre. Ella da un grito escandaloso y aterrador, y tal es mi susto que sin saber la causa, no se me ocurre otra cosa que tomarle de las manos, sentarle en un taburete que saco del baño y que todavía está limpio, le sirvo un botellín de güisqui que tiene en la nevera y el líquido lo deposito en un vaso y se lo hago beber a ella, a la dulce madame, que para colmo me pide más cantidad. Pues mejor, que así se enterará menos del suceso acaecido en la habitación y lo disculpará mejor. Ella, poco a poco vuelve en sí y me sonríe: “Al ver abajo los zapatos ya me figuraba lo que ha pasado. Le ruego que me perdone, Gabino. Es usted una buena persona, que sé que me entiende”. Así que mi confusión es total cuando en realidad esperaba una cierta bronca por  los destrozos por mi protagonizados y de los que me sentía culpable. Le digo que quien debe perdonar es ella. “Pero es que ese gallo…”

JOELLE.: Así que ha sido el gallo. No, si es lo que pensaba. Ese animal va a ser mi ruina. Más de una vez me ha dado disgustos molestando a los clientes. Sin embargo, veo que usted se ha defendido muy bien. Me alegro, que se merecía muy buenos palos. Y usted, monsieur Gabino, cómo es que tenía la ventana abierta?
GABINO.: Madame, me ha permitido el alojamiento en la “chambre” desde la que se aprecian las mejores vistas de París, desde donde se escuchan las conversaciones de la calle, las canciones “parisién” cuando los locales tienen sus puertas abiertas. Por cierto, que esta noche pasada también me han legado desde el exterior las dulces notas de la “Habanera” de “Carmen” y el “Himno al amor. ¡Y qué bien interpretadas estaban! Esto tan solo se puede dar en París. Como comprenderá, ¿quién con estos ingredientes no ha de dejar pasar los aires soñadores?
JOELLE.:  Usted es un aténtico poeta. Dice tan bien las cosas… ¿De verdad que no está enfadado conmigo? Por la expresión de su sonrisa veo que no. Una manera que veía de compensarle era la de desplumar del todo a ese dichoso gallo que se pelea con todos los clientes, y servírselo bien asado. Pero abuso de su bondad y con su permiso le indultamos, que a fin de cuentas es un buen gallo y con él en el corral, las gallinas ponen mejores huevos. Ya sé como resarcirle, hoy le invito a almorzar unos huevos fritos con jamón a la española, como usted no los ha probado nunca.

Al final, tras una prolongada conversación, me meto en la ducha y me arreglo como puedo, pues la madame se ha comprometido a restablecer la habitación y dejarla completamente limpia. Desnudito en el baño, me miro al espejo y lo que me parecían rasguños fantaseados, veo que son reales; pero ahora ¿quién se enfada con la madame? El caso es que escucho en el exterior una voz joven, y ya vestido y arreglado pido permiso para salir y veo que la “chambre”  está impecable, que mientras pasa el plumero la hija de Joelle , canta con toda dulzura el “Himno al amor”; la misma dulzura que la de la noche. “Se llama Jacqueline, y es la chica que ha cantado esta noche pasada en la plaza. ¿Le ha gustado?  Veo que también sonríe. Anda hija, toma la guitarra y cántale a este monsieur todo lo que quiera, que se lo merece. “Oui, mamá”, contesta ella. Y yo, embobado.

Texto:         MANUEL ESPAÑOL
Dibujante: PABLO ESPAÑOL SANGORRÍN

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