Foto: M. E. |
A veces mi cerebro funciona y bien es
cierto que en la mayoría de las ocasiones me organizo en el mismo unos líos
impresionantes. En estos momentos siento que me encuentro un tanto majara, y
eso que tras la jornada electoral que debería de dar a luz al próximo Gobierno
me he tomado dos días de relax en Biescas para ver si me oxigenaba en soledad
las ideas al amparo de las montañas, en contacto con la plena naturaleza. Pues
no sé, que este parto tan monumental parece que va para largo, y las iniciales
ecografías anuncian cuatrillizos: Mariano, Pedro, Albert y Pablo. Mira que si
lo que se avecina es otro aborto… No puede ser otra cosa, si ya se han venido
peleando meses ha en el interior vientre de su madre llamada Democracia. ¿Y
donde está el padre? Me dice el dichoso Pepito Grillo que no me meta en
averiguaciones y que si las consigo, que me calle, que el lío a organizar es
monumental, que se me pueden poner los atributos masculinos como corbata. Así
que me callo, solo un poquito, pero que ya no voy a dar más nombres ni siglas
por ahora.
Y a Biescas he llegado también con la
intención de meditar, no en plan pío, que no lo soy, sino a ejercitar un poco
esas pocas matemáticas que sé a base de sumas, restas, algunas ecuaciones, y de
esta manera dar paso siempre mentalmente a las diferentes abstracciones.
Es muy pronto, entro en Casa Ruba a tomar
un café con un pincho de tortilla de patata y chorizo, me descubro ante el
retrato de Ramón, que nos ha dejado demasiado pronto. La visión hace que me de
un vuelco el corazón. Me deja también impresionado y triste, pero en situación
de medio éxtasis me encuentro poco después con el alivio de la sonrisa de Romina,
quien me habla del mucho tiempo que hace no nos vemos. Le digo que me voy a pasear
toda la mañana por el campo para ver si
resuelvo un enigma que me asalta con fuerza, y ella me contesta que no me
estruje la cabeza en exceso, que “no es bueno para la salud, que ya estás
bastante pirado”. Aparece Vicente y nos
damos un fuerte abrazo. Pregunto por Andrés y me dicen que sigue muy
deportista, que ya le encontraré por el camino. Las miradas a los ojos son muy
emotivas y no hacen falta las palabras.
Antes de salir del pueblo veo a Tiki con cara de sueño, pero siempre con su habitual
sensación de afecto, me da en la puerta de su bar un sentido “Buenos días,
Gabino”. A partir de ese instante empiezo a encontrarme conmigo mismo y con mis
diarreas mentales, eso sí, con la compañía de un Pepito Grillo invisible que
parece puesto adrede por Jimena, que no me abandona y que me permite
desarrollar un diálogo para besugos a dos bandas sonoras. “Vamos a ver, Pepito.
Si A es un gigante, B un tipo normal, C un tío crecido pero menos y D un
pequeñajo listillo, ¿qué tiene que pasar para que se pongan de acuerdo? Que no
me hagas gritar, que sólo se me ve a mi. Dime qué piensas de eso”. Y Pepito,
inmutable, se queda con cara de idiota. Pues empezamos bien el enigma. Me doy
cuenta que si divido por cuatro, y que si A, B, C y D van todos a una, las
cuentas ya salen y el aborto se habrá evitado. Como para ejercer el derecho a
criticar hay que saber empezar uno mismo, pienso, pienso que lo que acabo de
decir es una tontería inmensa. ¿Están capacitados los cuatro para dialogar?
Como mucho, del tiempo. Que si uno es Alfa, los otros se mueven entre Beta,
Delta y Omega, letra esta también del alfabeto griego que le correspondería a
C. Hay que plantear otra ecuación ligeramente más complicada.
En estas ando cuando al paso por el campo
del pasto de las vacas de Ismael me
encuentro con una estampa idílica y entono el aire lorquiano de “Verde que te
quiero verde”. El ritmo que llevo me produce un movimiento imparable en el que
brinco, canto a pleno pulmón, y mi entusiasmo alcanza entonces su zenit aunque
mis músculos se paralizan en ese momento, que mi cabeza imagina e imagina de
una forma imparable y poco asentada. El delirio llega cuando observo a un
ternero o ternera, que no distingo bien desde donde me encuentro, mamar
ávidamente de las ubres de doña Vaca. Creo que deberíamos introducir el factor
Mamón, al que destinaremos la “Y” griega. Diría sin generalizar ni
particularizar, que dicha letra es de un genérico muy corriente; vamos, que hay
demasiadas variantes. A ver, que el enigma me lo resuelva alguno de ms viejos profesores
de matemáticas, que cuando les hacía planteamientos así, me decían que “tu,
chaval, estás loco”. Surrealista que añadiría yo . No, si entonces es que les
entendía, que además de pirado, algo de mal café sin demasiada mala intención
ya tenía cuando planteaba preguntas en clase. Uno de ellos llamado Pedro, que
algo de sentido del humor ya tenía, llegó a decirme que servidor de usted y de
Cristo Bendito sería un buen periodista y además muy preguntón. Bueno o malo lo
cierto es que disfruto mucho de mi vida ejerciendo la profesión más hermosa del
mundo. Vuelve a cruzarse Pepito Grillo y me dice que no piense tanto en el
enigma sin fin, que lo mío no es encontrar soluciones, sino provocar
conflictos. Pero yo… sigo.
Chino chano, paso a paso mientras trato
conmigo mismo en busca de una resolución que contente a todos, ruego me llegue
la inspiración que a veces me llegan a través de los vientos de las montañas de
mi Pirineo aragonés. Pues de viento, nada, ni a favor ni en contra. Puede que
haya una resolución, pero solución no parece que vaya a llegar. Derrotado,
cansado y sudoroso por el ataque de los rayos de Helios, me planto en la fuente
pública que hay a la entrada de Orós
Alto. Buena sombra, buen atracón de agua bien fresquita, y en ese
momento llega una joven muy guapa y simpática con un coche doble de niños y se
sienta en el banco junto a mi. Son dos bebés. “Son míos”, me dice acompañada de
una simpática sonrisa. A mi es que me gustan mucho los niños, le digo que
“tienes unos hijos muy hermosos”. Uno está dormido y el otro con los ojos bien
abiertos; este último parece que muestra ganas de jugar y hablar a su manera:
“gooogoogggogogogogog”. “Le caes bien. Ponle un dedo en la manita y ya verás
como no te suelta. Jajaja, habrás observado que tan activa y con los ojos bien
abiertos, no puede ser otra cosa que niña, y se llama Adriana. El otro es
chico, muy tranquilo y buenazo. Ay, que las mujeres somos más espabiladas”. Le
doy las gracias que me corresponden por tamaña distinción de género, y para
rematar la gracia me dice eso de “si las mujeres mandasen”. Y me lo dice a mi,
que soy el vicepresidente de mi casa. Le contesto con ironía y con la simpatía
merecida, que si podría ayudarme a resolver este enigma en el que me he metido
sin que nadie me lo pidiese. Me asegura que ella acabaría rápidamente. Se le
ponen los ojazos como platos y lanza sus armas más agresivas: “Les encerraría
juntos en una gran jaula con leones hambrientos, y les diría que hasta que no
encontrasen una solución no les iba a sacar. Ya verías, ya verías lo que iba a
pasar”. Le pregunto si no tiene una solución menos bestia. “Si de mi dependiera
podía suceder –me asegura- que se nombre un tribunal a modo de oposiciones en
el que se juzguen positiva o negativamente, factores como inteligencia y
honradez, así como la corrupción- A partir de ahí, los finalistas, a negociar”.
Le contesto que las suyas no son unas formas universales muy democráticas.
Maisa, que es como se llama, me dice que su marido es diputado en el Congreso,
y “qué sabrá él de democracia. En mi casa se hace lo que digo yo, y que no me
lleve la contraria”, me dice soltando una carcajada salvaje.
Otra locaria como
yo.
MANUEL ESPAÑOL
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