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HORA BRUJA / SI DESPIERTO VOLVERÉ A SOÑAR



Allá a lo lejos escucho  un sonido envolvente. ¿Son miles de violines al unísono  dispuestos a hacerme soñar?, ¿Suenan también pianos hechiceros que permiten navegar por un océano de plácidas sensaciones? Extiendo mis brazos, abro y cierro los ojos a la vez. Escucho igualmente la sensación excitante de los oboes, clarinetes,  trompetas celestes... No entiendo nada, y parece que ni falta me hace, pero mi estado de animo se crece y pasa por sus fases mas altas. ¿De donde viene esa música? No puede ser de otro lugar que del propio Olimpo de las Bellas Artes. Dirijo mis pensamientos hacia el frente, arriba, a la izquierda, a la derecha, a todos lados, giro varias veces 360 grados sobre mi mismo, y el espíritu se eleva hasta altitudes insospechadas. Me desaparece la sensación de gravedad y comienzo a moverme según mis impulsos por el éter, y mi sentir mortal del tiempo parece que se se ha perdido. Mientras, el sentido de la vista se agudiza y  el del oído me permite entender mostrándome  receptivo a un mundo de sinfonías. Ya he vuelto al lugar que siempre soñé. Delante de mi pasan Bach, Schubert, Mozart, Beethoven,  Bellini, Wagner, Verdi, Pavarotti, Fleta  y la propia María Callas. Creo adivinar que María  me hace una señal para que me una a ellos. ¡Pobre de mi, si no soy  mas que un triste mortal enamorado de la belleza de los sonidos mágicos y de las artes! Poco a poco se va difuminando la escena y las armonías orquestales comienzan a centrarse y a dar paso a uno de los grandes genios que prenden fuego a todo un espíritu de amor: Ya le veo, ya le escucho a Franz Lizst y su piano. Cruzo mis brazos y los acerco a mi cuello mientras lanzo mi sonrisa que solo puede derivar de los mas hermosos pensamientos. Estoy ante uno de los nocturnos mas bellos de la historia de la música: "Sueño de amor". No se que ocurre, que me emociono. Quiero ver a Liszt de cerca, darle el abrazo mas inmenso que uno pueda imaginar ante el pentagrama, y terminar diciéndole: "Gracias, maestro". Pero el genio se muestra juguetón con su brillante piano de cola, que continuamente cambia de ubicación y de tamaño, si bien su música siempre ha sido y es gigantesca. Sigo tratando de llegar a el, pero los paseos sin gravedad a veces me traicionan. No desisto y nunca desistiré de mi intento. Llegare a el, al igual que el llegara a mi. Que puede que este ante un sueño. Pero de esta manera lo siento en la realidad de la que no quiero desprenderme. Soy inmensamente feliz. En este Cielo, en el Olimpo, como si de una puesta en escena se tratase, el grueso de la luz se esta fundiendo y tan solo queda la que rodea a Franz con un blanco de la máxima intensidad. Entre el y yo comienza a registrarse toda una comunicación de afinidad estableciéndose un pasillo de luz intensamente blanco. Ese es mi camino.  Mientras, me toma de la mano María Callas, como conductora por este laberinto que empieza a enloquecerme. Ella ha estado en todo momento pendiente de mi. Me sonríe y nos miramos a los ojos. Creo que deliro, porque a mitad del sendero ha desparecido la diva mas importante soñada por mí, en lo que a la música Sinfónica  se refiere. ¡Vaya porte, vaya voz, vaya sensibilidad que llega a lo mas profundo del ser humano. ¿Donde estas María? Por favor, no me abandones en este "sueño de amor", porque si lo haces ya habré perdido el conocimiento del significado mas hermoso de la palabra "Sueño". Pero la música la vuelvo a escuchar con mayor significado y fuerza. María Callas se pone de nuevo ante mí, me sisea para que calle y vuelve a tomarme de la mano, mientas que noto a un Franz Liszt que nos sonríe y que a través de sus gestos sincronizados con la música parece decir: "¡Oh, el amor!". Nos ponemos a su lado, le rodeamos y vuelve a lanzarnos un magistral "bis" que finaliza con un beso y un fuerte abrazo. María me acaricia las manos, hace ademán de marcharse, vuelve a acariciarme y se va de nuevo. Así que me reaparece la tristeza mientras Liszt trata de calmar esa desesperación que está a punto de lanzarme a los abismos emocionales. De esta manera se lo manifiesto al músico alemán, quien de nuevo al piano me permite volver a la magia nocturna del idioma universal, que es la musica.   Pero mi semblante no refleja más que una suave sonrisa aderezada con un pensamiento y una mirada unidireccional. De repente desaparecen los efectos luminotécnicos de escena, vuelve  una luz equitativa y un movimiento de personajes cargados con impresionantes instrumentos musicales.  Parece una gran orquesta de con músicos seleccionados entre los mejores del mundo. Von Karajan trata de establecer el orden, el concertino pone a prueba los sonidos en lo que todo va a parecer la mas maravillosa cita de estrellas que uno pueda imaginar. Pero falta una y pienso que no es lo mismo. Por fin aparece ella, es la diva, María Callas. Con su mano derecha  me lanza un beso al tiempo que me guiña un ojo. El silencio total parece hecho. Karajan toma la batuta y comienzan a sonar los primeros compases del aria "Casta diva", de la opera "Norma" de Bellini. María esta inmensa y tan solo para ella tengo ojos y oídos. Me emociono, mientras que Liszt, Mozart, Beethoven, Verdi y Wagner, entre  otros, aplauden a rabiar y sonrientemente me dan palmadas en el hombro, sin que uno no sepa como reaccionar ante tan amable acogida. Un poco ido ya estoy.
Me gustaría ser un tenor de la talla de Miguel Fleta o Alfredo Kraus para darle la réplica a una soprano tan irrepetible. Verdad que tengo imaginación, aunque tanta... El director me sonríe, me lanza una mirada picara y  pide con gestos que calle. Obedezco, Karajan vuelve a tomar la batuta ante la reaparición de la diva, que se muestra insuperable con "Oh mio bambino caro". Me deshago ante tanta belleza, me emociono como consecuencia de directas miradas que me ha dedicado María durante su interpretación; siento que estoy a punto del desmayo. ¿O me he desmayado de verdad? Lo unico que recuerdo es que ya no quedan músicos, ya no quedan compositores. En escena tan solo quedamos cuatro personas en la intimidad: la propia María Callas, el pintor Rafael, la Fornarina y yo. Me confirman que me he desvanecido durante mucho rato, que estamos solos porque los demás han querido dejarnos en un cuarteto muy especial. ¿Es otro sueño? No lo parece, que a modo de despedida me dicen que tienen conmigo una próxima cita, y que nos centraremos en el mundo de la pintura, en ese Olimpo mágico de los pinceles que también me hacen perder el sentido de la gravedad.
Vuelvo a moverme por el éter, pero me niego a despertar. Y si despierto volveré a soñar.



MANUEL ESPAÑOL

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