La noche es limpia, luminosa y
estrellada, y por los espacios infinitos, unos haces muy potentes y bellos brillan de manera especial entre las penumbras
naturales. En mis oídos interiores suena ese Aleluya grandioso de Leonard
Cohen, que arrastra y pone en acción mi espíritu soñador, que tanto se confunde
con la realidad. ¿Dónde se encuentra la realidad?. No lo sé. Estoy muy cerca de
los duendes de la noche y me incitan a viajar con ellos. Sin saber cómo, de
repente siento que floto entre los múltiples puntos estelares del Universo, en
un viaje onírico hacia no sé donde . No siento mi cuerpo, ni entiendo de la
soledad a pesar de hallarme solo entre las estrellas. La águilas han quedado
abajo. ¿Me he convertido en una masa
espiritual donde no existe la gravedad, donde se me han dado unas alas
invisibles para volar a mi antojo? Ni un motor, ni un pedal. Soy un vagabundo por
los espacios siderales. Voy de estrella en estrella, pero sin rumbo fijo en
plena sensación de ingravidez. Acompañan mis pensamientos y sensaciones que se
suceden con profusa rapidez. Por poner ejemplos, ahora en Marte, pero dentro de
unos segundos estaré en mi luna siempre rodeado de esas locuras que jamás abandonan
y que son mi propia compañía. El factor tiempo ha desaparecido y solo existe el
presente en el que imagino lo que para mi son momentos álgidos de esa vida que
acabo de estrenar y que por supuesto, no obedece a consigna alguna.
Soy, me siento libre. ¿Qué más podía
desear? Quisiera escuchar el piano de Chopin con esos nocturnos que me llevan
rítmicamente de un lado a otro, de una constelación a otra. Creo que me he
convertido también en un duende del espacio que baila las más hermosas
melodías, que se prodiga en inimaginables piruetas danzantes.
De
repente cambia la música y me introduzco en ese mundo mágico que me inspira
Mozart y que tantas sensaciones multicolores me hacen vivir. Cierro los ojos,
trato de quedarme estático, para que lo mejor ante un corazón sensible se represente
a mi alrededor. ¿Quién soy yo? No lo sé muy bien, que como ya he dicho antes,
tan solo debo pensar en ser una forma inmaterial y sensible que flota por los
espacios.
Sin embargo, puedo pensar, imaginar y
sentir, y hasta por un momento pretender acercarme a la Filarmónica de Viena,
si bien es ella la que acude a mi bajo la batuta de Von Karagán, para que suene
la música de Strauss. Lo primero que escucho es el Danubio Azul, y bailo y giro
rítmicamente sin parar, de arriba abajo, de abajo arriba, que la ingravidez me
da eso y mucho más. Sigo con los aires austriacos y ahora suena El Vals del
Murciélago, que me conduce con unos aires de fiesta permanente, para reposarla
en los aires fantásticos del suelo lunar. Un poco más abajo, el planeta Tierra.
¿Para qué pensar en concreto si creo que estoy en el paraíso de una existencia
que aun no he descifrado? Seguiré por las constelaciones, por esos olimpos
inexplorados que me trasladen en constantes planetas de felicidad.
Que la música no me abandone hay nunca, que
siempre que me acompañe me sentiré este Paraíso Natural donde no hay más vida
que la propia, donde todo el universo para estar hecho para mi, que soy una insignificancia
entre tanta grandiosidad. De repente, aunque no hay mayor espacio que el
marcado por mis pensamientos, llama la atención el paso de un cometa
espectacular, en el que veo con tamaña nitidez una estela que tan solo lleva
inscrita una palabra: “Sígueme”. Es la señal, creo, de que ha llegado el
momento del retorno. Apenas han quedado unos pocos datos de mi existencia
anterior, y me encuentro sumamente feliz en el estado de ingravidez en que me
hallo, que no quiero dejar porque ya he dicho me siento libre.
¿Pero para qué quiero seguir de esta
manera? Abajo hay seres que me aman, y mi vida real está con ellos. La
experiencia de ahora me resulta maravillosa, pero el amor que me espera se
encuentra en el planeta Tierra me arrastra con una potencia tan poderosa que no
encuentro calificativos. Pero sí, cometa terrícola, te sigo. Sin embargo te voy
a pedir antes un favor: rompe con la norma por una vez y mide el tiempo
necesario para que antes de volver pueda escuchar integralmente a Wagner en su
Cabalgata de las Valkirias. Un sonido envolvente y mágico se apodera de mi, y
vuelvo a soñar intensamente y mejor que nunca y a deambular de nuevo entre las
estrellas con una gran plenitud. ¿Dónde está la vida real?
MANUEL ESPAÑOL
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