Fuente de la Plaza del Ayuntamiento de Biescas Foto: M.E.
Son las siete de la tarde y en mis montañas pelaires suena un trueno, que no sé si anuncia algo bueno o no tanto, Comienza a chispear y las gotas suenan con calidez y musicalmente al caer sobre la calle. ¿Es una melodía? Lo que no cabe la menor duda es que se trata de un sonido que aviva la mente al unísono con esos sentidos que te invitan a mirar hacia el cielo, contemplar y permanecer aferrado al hechizo que ejercen los paisajes. Un relámpago, otro trueno. Llueve tras los cristales de mi balcón y el monte está más hermoso que nunca. Es tan bello y mágico el panorama, que parecen sonar como una especie de susurro muy especial las “Cuatro Estaciones” de Vivaldi. Otro relámpago, otro trueno. El firmamento está cubierto y el olor es a tierra mojada. ¡La que va a caer! Eso, que llueva, que llueva… y me pongo a cantar que “los pajarillos cantan, las nubes se levantan (no lo parece). Que sí, que no, que caiga un chaparrón”. De repente veo de la acequia La Molinera, que discurre en paralelo con el río Gállego, que las gotas han arreciado, tres patos pugnan por meterse en una caseta pequeña que les sirve de refugio en precario. Grito eso de ¡pobres patitos, que no caben todos. Cua cua cua cua… Bajaré en dos décimas de segundo y a alguno de ellos les podré proteger en casa!” Se oye la voz de Jimena, o eso me parece escuchar: “Cállate, y además no cantes, que se nos aguará la cena que he preparado para los amigos en la terraza, que además viene la tía Cuqui con el obispo y…”. ¡Qué obispo ni qué narices! ¿Y al fraile ese quien le ha invitado? No me digas que la tía ha ligado con el prelado. Ay, que me parto, que no puedo más”.
Como si de un escenario se tratase, Jimena hace mutis por el foro soltando una sonora carcajada y diciéndome eso que tanto disfruta cuando quiere alterarme: “el capullo este se lo cree todo. ¡Vaya cara de susto que se te ha quedado! Por lo menos te he hecho callar.” Y yo que estaba soñando con las “Cuatro Estaciones…” Vamos, que mi sentir poético parece que se ha esfumado. ¿Qué se me ha esfumado? Eso nuca jamás. Mientras haya poesía habrá vida.
Vuelvo a observar tras los cristales que el cielo está a punto de clarear. Una chispa de luz solar se cuela entre nube y nube. El panorama comienza a retornar a su belleza. La intensidad del agua ha disminuido y el cielo se ha abierto. ¡Maravilloso! Quedan muy pocas nubes, las suficientes como para que los rayos del sol se filtren entre ellas. El arco iris ha aparecido en todo su esplendor. Estoy ante uno de los más hermosos regalos de la naturaleza. Los patos salen de sus refugios y comienzan a agitar las alas. ¡”Jimena, haz sonar “El Danubio Azul” y nos ponemos a bailar como dos enamorados. “No, mi loquillo surrealista, pongamos mejor un bolero de los que a ti te gustan, para bailar muy pegaditos. ¿Qué tal si escuchamos a Olga Guillot?”. Río, pongo ojos picarones, y le digo: “Como pongamos a la Guillot, me puedo convertir en un león y no respondo de mis actos”. “Ese es el Gabino que me gusta, el que más quiero, pero solo conmigo ¿eh?. ¡A ver esos achuchones”! Así que la música comienza a sonar, pero coincidiendo en el tiempo con los impertinentes ring-ring del teléfono, que interrumpe un momento cálido. “Quien será el papanatas que nos llama?, digo. La otra, muy coloradota ella, se pone el dedo índice de la manos derecha en los labios para hacerme callar y me susurra: “no es el teléfono, es el timbre de la puerta de entrada”. Efectivamente, abro y ¿con quien me encuentro? Es la tía Cuqui en todo su esplendor, acompañada de un vecino que le ayuda con cierta frecuencia cuando no puede contar conmigo en Biescas. Entre los dos portan una gran cazuela que contiene catorce truchas pescadas a cucharilla y luego guisadas a la navarra, como solo sabe hacer ella. “Qué alegría, tita, que te hayas acordado de nosotros. ¡Pero no has venido con el obispo!”, digo con ciertos aires de guasa. “¿Pero de qué obispo hablas? –contesta ella- ¿Por qué me has llamado papanatas, que te he oído muy bien al otro lado de la puerta. Mira, me has cabreado tanto chiqué, que ahora nos vamos el Edelmiro y yo a llevarle todo esto a tu primo Fernando el trompetista, sí, el que pone de mala leche a las vacas con sus baladas” Risas. Jimena, muy callada, sin saber qué decir ante esta situación tan incómoda. Como el sobrino autentico soy yo y ella la política, pongo esa cara de tonto que tan bien se me da, y le digo: “tita, perdóname, que no era por ti, que no sabía que ibas a venir, ¿cómo iba a averiguarlo? Ya sabes que esta casa también es la tuya, que te quiero mucho. ¡Ayyyyy, que te comería a besos”. “Gamberro mío, a quien te tienes que comer a besos es a tu Jimenita del alma, que no sé cómo te aguanta tanto”. Y mi chica, tan risueña ella, interviene en la conversación y dice: “Di que sí, tía. Tienes toda la razón”. La muy canalla. Cuqui, cuando comienza a hablar tiene una cuerda que no hay quien le corte. “Así que ibais a bailar muy amarraditos escuchando un bolero de mi época. Por mi no os privéis, que ahora podemos formar dos parejas”. “Ay, doña Cuqui, que servidor no sabe bailar, que me da mucha vergüenza”. Tu callas, medio bobo. Me agarras por el hombro, juntamos las dos caras, te acercas más a mi…. Y ahora, a bailar todos, que ninguno de los cuatro somos de piedra. Vengan esos achuchones”.
Pues que suene la música.
MANUEL ESPAÑOL
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