Foto: M.E.
Seguimos en nuestra morada de
Biescas que para mi resulta un palacete rústico en miniatura con vistas al río
y las montañas, para celebrar estas Navidades montañeras. Me dice Jimena que ya
estoy demasiado crecido para ser un conquistador aunque sea con toques
surrealistas, y eso me deja pálido y hasta malhumorado, precisamente a mí, que
mido 1,625 metros. Si será cabritilla…. Algo vería en mi para enredarnos al
poco de conocernos, Quizás es que como
soy hombre, insinúa que no tengo capacidad para captar las ironías. No sé, no
sé como tomarlo. Se carcajea a mi costa, y como cuando quiere es contundente en
sus juicios y prejuicios afirma que no me haga ilusiones, que además ya he
superado la Edad Media, que se han acabado para mi las conquistas, y eso es
algo que no acepto aunque bien mirado, no sé que decir, si bien lo más prudente
por mi parte es decir que sí, que tiene la razón. Por si fuera poco, debo
reconocer que ella está cada día de mejor ver. Como contraste confieso que soy
un chiflado algo punzante que se mira al espejo casi a diario y se asusta cada
vez que me asomo al mismo. ¿Es para tanto? Puede ser, asumo, porque ella es muy
lista, o por lo menos me da la impresión de que se lo cree, porque termino casi
siempre dándole la razón. Me mira y por mi parte con alma de comediante agacho
la cabeza, dando una sensación de que me tiene todo compungido y acompañado con
un gramo de tristeza. Tal cara de bobo lastimero parece que pongo, que
tratándome ella de animar me estruja entre sus bien formados brazos y este
corazón que a veces me funciona a mil por hora, me lanza a dar saltos de
bailarín en busca del talle de su pareja. Vuelvo a ser feliz.
Ella ríe de nuevo, me llama
amor loco y existencial, y otras lindezas que continúan poniéndome con un alto grado de excitación. ¿Puede que esté ante un gran
día?. Está por ver, que no me hallo en condiciones de ni de decir que sí ni de
decir que que no.
Como a la cara le sigue la
cruz, para colmo me cuenta que acaba de dejar en la puerta de casa a nuestra
amiga Katiuska, y me pongo a temblar ante este encuentro con la musa que en estos
momentos no se si es de la Conchinchina o de la gélida Rusia esteparia; vamos,
un bombón que siempre asoma las más
dulces y hasta maliciosas sonrisas y así borra cualquier atisbo de
rebote de este genio mío tan cambiante.
Con el semblante algo más serio, me suelta en plan doña Jimena que “no
se, cariño, si te lo debería decir porque es posible que eso
vaya en mi contra y no te guste, pero la realidad es que el otro día me dijo “Kati”
que “es tanto el cariño que os tengo, que ayer me vi en el bar con este Gabino tuyo, que es un
encanto, y fue la alegría tan grande, y él estaba tan mimoso, que no supe
resistirme, porque mi voluntad, bien sabes, es débil”. Me quedo pálido y me
pregunto que qué narices le dijo la “rusita” a esta Jimena mía que parece salpicada por un bicho
con aires vampíricos. Camino titubeante hacia atrás, de repente pierdo el
equilibrio y derribo una silla sin llegar a caerme; consecuentemente grito: “Jimena, Jimenita mía, que no es lo que
parece, que solo pienso en ti, y aunque a veces siento aires de tentación ante
la presencia alguna de mis brujitas, me da por hacer el indio y es cuando
vienen mis desvaríos. Vamos, que ni siquiera tengo pensamientos infieles”. Ella
sigue avanzando mirándome con fijeza y apretándose el labio inferior entre sus
dientes, y yo retrocediendo, y así, poco a poco, me veo arrinconado y sin
posibilidad de escabullirme. Me agarra del cuello con una actitud aparentemente
arisca, me atrae hacia ella, y en eso que llaman a la puerta como si de una
campana salvadora se tratase. El atisbo de combate se suspende por el momento,
y entra esta rusa soviética traidorcilla y guasona ella, ante una impresionante y sonora risotada por
parte de mi medio limón. En ese instante no sé qué hacer ni qué pensar,
sintiéndome completamente obtuso y plano. No entiendo nada. Ahora las que se
abrazan son ellas, siempre tan amigas desde que se conocieron, y entre las que
me considero como un balón reglamentario de fútbol o una pelota de tenis entre
dos jugadoras de elite. No, si es que cuando las mujeres se ponen de acuerdo,
no existe varón que sepa ni pueda defenderse. Encima, uno se tiene que oír lo
de “fantasma de pacotilla”.
Nueva llamada a la puerta y
entra la tita Cuqui con unas botellas de vino blanco Gewürztraminer procedente
del Somontano de Barbastro, para acompañar unos boletus a la brasa y unos
gambones pescados en el Cantábrico vasco.
No cabe duda de que las tres
mujeres se han puesto de acuerdo para reírse a mi costa. Existió el achuchón
público tramado entre Katiuska y Jimena y yo en el bar, pero fue de lo más
amistoso e inocente. Ello dio pie para que mis mujeres (dicho en el sentido
figurado) tejieran un entramado a mi
alrededor, con la colaboración de Cuqui.
Por fin llega el momento del
brindis, y mis tres salvajes queridas pronuncian al unísono: “Brindemos por el
fantasma de Gabino”. “Sí, sí, algo de fantasma –contesto- ya tengo, pero lo de mis
brujitas, eso sí que es real”. Y como no se lo creen, les sigo en su dinámica y
también me pongo a reír.
Y un servidor de ustedes,
que parece un pequeñajo tonto. Pequeñajo sí, pero tonto…
Tontos o listos, seamos
todos felices. Chin, chin.
MANUEL ESPAÑOL
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