“Tengo una pena penita pena que me arde
por las venas”. Que así reza la canción de Quintero/León/Quiroga, que hiciera
famosa a través de su voz la “Faraona” Lola Flores. No es que me haya entrado
ahora la vena folclórica, que no sería malo; sucede que mi pena mezclada con
ciertos aires de cabreo está marcada por la suerte de gran desprecio sufrido
por el monarca emérito Juan Carlos I. ¿Qué está muy enfadado? Eso sería poco. “Pues
tiene toda la razón. Majestad, que le profeso un gran cariño y estoy de su
parte. Este país tiene mucho que agradecerle. Se lo dice un humilde plumilla.”
También deseo precisar que hoy no pretendo introducirme en interioridades
políticas ni gubernativas. Tan sólo las justas, y con justicia. . El caso es que la indignación que siento resulta
tan enorme… Y con este ánimo cargado de
intenciones, lo que sí quisiera poner son los puntos sobre las íes, que de no
ser así, reviento. La Cámara Baja fue el
escenario de ¿un justo? y merecido homenaje a los principales protagonistas de
aquella España que celebra los 40 años de las primeras elecciones democráticas
tras la muerte de Franco. Con decir que estuvo Felipe González, la familia de
Dolores Ibarruri, Landelino Lavilla y
sí, también de Rodolfo Martín Villa, además. Elaborar una lista exhaustiva no
conduciría a nada y sí a pecar por omisión. Doloroso. Pero faltaba el personaje
más importante, el hombre más esencial de la puesta en marcha del complejo
engranaje de esta llamada democracia. Don Juan Carlos se merecía el puesto supremo
entre los invitados, y la decisión de la Casa Real le deja en evidencia a Su
Majestad. ¿Es que el actual monarca Felipe VI no está autorizado a tomar
decisiones? Mal. Muy mal, que como he dicho al principio, “tengo una penita
pena…” Que nos lo expliquen.
MANUEL ESPAÑOL
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