Sobre estas líneas, monumental escalera de mármol de acceso a la planta superior. Abajo, la única pintura de Francisco de Goya y Lucientes que se conserva en el Museo Hermitage. Le sigue una bella obra de Ribera. (Fotos M.E.)
-------------------------------------
Es de noche, el cielo se
encuentra estrellado, escucho el rumor de un viento que acaricia,
mientras las aguas del río Neva veo que se agitan allá abajo con
la suavidad propia de un vals dulce, melodioso y alegre
de la Corte de Viena. Pero no, esto es Rusia y en esta ocasión me han
trasladado al Gran Palacio de los Zares y conforme pasan los minutos me siento
más impresionado por la grandeza de San Petersburgo. Estoy solo, ni
una huella humana viva de este mundo especial que con caracteres insólitos o
no, me transmite sensaciones de fuera de unos tiempos que no volverán más que a
través de recuerdos a veces fabulados, a veces reales con un toque de fantasía.
Si, me siento feliz, me ataca un súbito impulso de escribir y no sé hacia donde
van mis ideas que vagabundean por el éter, si bien noto que me persigue la
huella de los Romanov. Muy cerca de donde me hallo se encuentra la iglesia
mausoleo de la Gran Nobleza Rusa, rodeada de lujo hasta en la hora de la muerte.
En estos tiempos, desgraciadamente, sucede lo mismo.
Noto una ligera
luz de luna que se filtra a través de las rendijas de unos ventanales enormes,
que hacen brillar las majestuosas arañas interiores y sus gigantescos jarrones,
mientras me da la impresión de que allí reina un ambiente con aires
fantasmales de los distintos siglos transcurridos desde su fundación. Me entran
escalofríos. Continúa el suave aire sugestivo que permite también escuchar un
murmullo musical continuado, cada segundo más intenso. Pongamos que ante mí
suenan “Los bateleros del Volga” con un comienzo suave que paulatinamente
aumenta el volumen hasta hacerme sentir una especie de borrachera que me abre
los ojos y la mente hasta fuera de los circuitos por los que se mueven
nuestras neuronas. Me emociono, los vellos se se me erizan, y las imágenes.
estáticas parecen cobrar vida. ¿Pero hubo allí en el Palacio de
Invierno alguna vez tantas maravillas como describían los zares, los
príncipes, grandes duques, embajadores que tanto y tanto enriquecieron lo allí
acontecido con sus magnificencia orales?
Y aun pesar de los
pesares, aunque la noche haya invadido los seis edificios y todas las estancias
del Museo Hermitage, el silencio que encuentro paso a paso, es total
en mi afán cargado de alocados y extraños pensamientos que no interrumpen mi
afán meditabundo salpicado también por una imaginación, quizás sin orden, sin
ninguna norma de obligado cumplimiento. Dejad que el mundo sea libre.
Doy rienda suelta
a mis pensamientos y ese silencio sepulcral que me envuelve comienza a romperse
de una manera armónica ¿o no? Sigo mirando semi escondido tras el gran
ventanal. Recibo la luz de la luna llena reflejada en las aguas fluviales
mientras en mi interior suena el piano de Chopin. Así comienza un fantástico
deambular, no condicionado forzosamente por el factor tiempo. Es
como si los relojes del mundo se hubiesen detenido para mi, pero no para
contemplar uno a uno sus contenidos en todas las salas expositivas, con un
recorrido total de 24 kilómetros. Es igual, los números no tienen importancia
si no van a acompañados de un inspiración cargada de sensibilidad.
Continúa sonando en el interior de mi insignificancia como ser humano, ese
“Claro de luna” que llegando a la más alta nota musical, hace que el
entusiasmo vaya en aumento. No hay vigilantes ni barreras que puedan
limitarme, me encuentro en este templo sagrado del arte, como un hombre libre
que flota en el ambiente de un paraíso tan absorbente que presenta colecciones
que van desde la Edad de Piedra hasta el mismísimo Siglo XXI, y que invitan a
soñar. Mi humanidad ya no es tan insignificante. Poco a poco me crezco más de
lo que podía imaginar.
He subido por las
escaleras regias de mármol, me he sentado en el trono zarista, donde Pedro I o
Catalina presidían las recepciones diplomáticas y abrían las fiestas y bailes
de sociedad. La imaginación está que vuela. Por fin me decido y entro en un
despacho elegantemente dispuesto con fotografías de época, y nada más que con
dirigir la vista a un determinado lugar, centro mi atención sobre
una mesa de trabajo en la que se halla un manuscrito muy especial.
Estoy nada menos que ante el “Boris Godunov” de Alexander Pushkin, padre de la
literatura moderna en Rusia. Siento sensación muy especial al contemplar en
directo su caligrafía, emoción de acariciar con mis dedos allá donde
el puso su pluma dando vida a “Boris Godunov”; justo al lado se halla un
ejemplar de otra de sus obras maestras que también me deja abierta la
ventana hacia un mundo fantástico, como es el caso del poema “La
hija del capitán".
Parece que estoy
en un mundo de diferentes dimensiones que se cruzan entre sí. Todo son huellas
hermosas cargadas de historia en este Hermitage que con anterioridad fue
residencia de los zares y de sus familias, que mandó construir Pedro I y
convirtió en .museo Catalina la Grande, al comprar las más auténticas obras de
arte por todo el mundo, que se reunieron después en este San
Petersburgo abierto que enamora, también por su ambiente regio, por sus torres
doradas, por sus templos ortodoxos, y no descartemos la humanidad de sus
gentes.
Ya es hora de
entrar en sus salas, en una de las principales pinacotecas del mundo, con un
total aproximado de tres millones de pinturas y esculturas, según los datos que
obran en mi poder. La música sigue sonando. Enamorado de las notas de Glinka,
curiosamente me hallo ante un cuadro muy bello, el único que existe en el
Hermitage de mi paisano FranIsco de Goya y Lucientes. El retrato de
una joven de ensueño hace que se active el sentir aragonés y suene en mi
interior una pieza sinfónica con aires de jota que me entusiasma en
el corazón de esta gran ciudad. Vibró mi interior al contemplar inigualables
obras de Ribera. Hasta mis oídos llega el sentir de las notas de Tchaikovski
y el entusiasmo singue en un aumento sin fin al contemplar las obras
de grandes maestros como Rembrandt, Matisse, Rubens, Tiziano, Van Goh, unos
auténticos ángeles en los cielos del arte más puro.
Ni quiero ni he
podido evitar tensiones más felices. Precisamente, ahora, el corazón late con
intensidad en este paraíso que aún quisiera visitar más y más veces,
porque el arte mayúsculas nunca muere.
MANUEL ESPAÑOL
----------------------------
|
Comentarios
Publicar un comentario