Mi cabeza es el resultado del compuesto de
una turbulencia constante sin freno ni marcha atrás… ¿He dicho una o es que son
más?, ¿muchas más? Así estoy yo, de esta manera lo pienso. Acabo de tomar un
vuelo en Bruselas, que me llevará a Madrid, y en el asiento de al lado se pone
una señora guapísima. Me le quedo mirando, me sonríe y ya he sacado mi primera
y certera conclusión: es la bella de la nave, que si bien hay otras mujeres
estupendas, esta es la que más. La de cosas que empiezan a trenzarse en mi masa
gris con negras intenciones. Le devuelvo la sonrisa, me levanto del asiento y
comienzo a lanzar unas miradas completas hacia el resto del pasaje; empiezo por
ella: “moreneta”, aires elegantes, melena con pelo rizado, ojos que fascinan,
mientras en su regazo, porta una cartera negra de piel con letras doradas, que
hacen alusión a su cargo: diputada del Parlament. Inconfundible, es la bella. Es posible que con
semejante paisaje humano unipersonal, pierda detalles para encontrar unas
definiciones más precisas, pues algo embobado ya parezco. Río solo, al tiempo
que me pongo colorado como un tomate que comienza a delatarse a pesar de su
poca vergüenza. Vuelvo a carcajearme, y ella lo mismo, si bien mi interés
caprichosillo está en descubrir donde se
encontrará la bestia y si hay algún síntoma que le delate; pero el que más se
delata soy yo. Llega un momento en el que suena la puerta del aseo, del que
sale un hombre regordete y feo que se sube la cremallera y cuando va a pasar
por nuestro lado, le sonríe a la mujer. Ya he perdido la vergüenza y me dirijo
al caballero: “Señor Quim , ¿cómo una personalidad como usted viaja en clase
turista y por si fuera poco en vuelo de “bajo coste”?. Mientras Inés saca papel
y bolígrafo anota la respuesta del pasajero feo: “Es que, nuestro Gobierno es tan honrado que
no recurre a planes poco ortodoxos para subvencionar nuestros viajes….” “Ja ja j aja j aja ja, ja , ja” es la risa
abierta y socarrona que gesticula la bella, consiguiendo de esta manera
espantar al honorable con las consiguientes carcajadas de buena parte del pasaje,
que se hace eco de la conversación con aires parlamentarios socarrones.
Debo reconocer que estando fuera del
ejercicio de mi profesión, doy un salto muy poco ortodoxo, y hablo con ella. Me
dice que le he caído simpático, que cómo me llamo: “Gabino es mi nombre,
Señoría, si bien alguna vez me llaman el loco surrealista”. “Menos mal que es usted
una persona honesta y pacífica, y con sentido del humor”. En ese preciso
instante, se acerca el señor Quim, que me guiña un ojo y le dice a mi compañera
de asiento: “Cuida con lo que dices y que veo has anotado en tu libreta colorá,
que como se enteren en el “Parlament”, no puede imaginarse este señor la que
nos puede caer encima.
MANUEL ESPAÑOL
Comentarios
Publicar un comentario