Esta noche me siento alegre, danzarín y
soñador. Es una noche muy especial, y
cuando den las doce, es de esperar que las aguas del Danubio presenten un azul
celeste, si bien hace unas pocas horas he paseado por el entorno de la gran
noria de Viena, sí, la que aparece y seduce en la película “El Tercer Hombre”. El
artilugio da una vuelta, y otra, y… al
poco se para en el punto más álgido con Josep Cottens y Orson Welles en plena
discusión experimental. Empieza ahora el miedo, y ya no me siento ni danzarín ni soñador alegre, Tanto pavor
impone la visión del área espacial, que ahora ha pasado a ser nubosa y gris,
que empiezo a notar progresivamente que
las aguas no son tan azules, que tanto es el mareo que siento ante el que debía
ser río más ensoñador del mundo, ofreciendo una visión muy turbulenta, que una
vez perdido el poco conocimiento que me queda, mi desesperación es tal, que
pido socorro a Orson y Josep; pero han desaparecido de la cabina y me encuentro
en la más absoluta soledad, amenazado de caer al vacío estrellado sobre el
suelo de cemento. Grito desesperadamente, quiero bajar, saltar, brincar, no sé
exactamente qué. y nadie me hace caso. Un frenazo brusco hace que balancee con la
imprecisión propia y terrible de quien en dos segundos ve pasar su vida como si
de una película de espanto se tratase. Casi salgo despedido y descontrolado y
afortunadamente un operario del parque me sujeta al ver mi rostro pálido con
los ojos llenos de cataratas inexpresivas
y paralizados.
Me introducen en una ambulancia amplia y
bien medicalizada, los auxiliares (uno de ellos habla español) logran
reanimarme y me dicen que “no le hemos entendido nada. En diez minutos que han pasado desde que
usted llegó aquí, tan solo se ha dedicado a pronunciar el nombre de Katia
repetidas veces. Claus, casado con la española María Teresa le ha mirado en el
bolsillo del abrigo y ha encontrado la dirección, que suponemos responde a una
señorita vienesa. En un momento le llamamos y le enviamos a su domicilio para
que le atienda”. Como me tengo por persona prudente, les digo a mis salvadores
que ni se les ocurra, que “Katia es una
buena amiga que durante el verano pasado conocí en un crucero por el Volga, y
ahora me ha invitado a pasar unos días en su casa ajardinada, aunque las
fiestas de fin de año hace días que han caído como lánguidas hojas otoñales, y
a pesar de ello está empeñada en que aprenda a bailar con ella “El Danubio
Azul”, una danza vienesa cuyos nativos dicen bailar exclusivamente en
Nochevieja. “Afortunado míster Gabino. Está usted invitado, nada menos que a la mansión de la Duquesa de Catalina, una
grande y bella dama que hace brillar a las piedras con su sola mirada”. Pues
menos mal que no me ha dado por inventar una noche de inspiración amorosa.
Nada, nada, que lo mío es “El Danubio Azul” con espíritu soñador. Así que una
vez repuesto del susto, ante mis socorristas, que no paran de decir en un
macarrónico idioma cervantino eso de “español tarado”, no se me ocurre otra
cosa que abrir los brazos, echar la cabeza hacia atrás y girar sobre mi mismo
hasta alcanzar una especie de mareo que les lanza a sujetarme de nuevo ante mis
repetidos síntomas giratorios. Y como los gestos resultan suficientes y sobran
las palabras, de repente me veo bien sujeto por unas brazos fuertes que me
introducen en la ambulancia. Muy corteses ellos, me dicen que me llevan a la
residencia ducal. Y yo, con estos pelos de Pinocho, grita que grita: “socorro, que creen soy un loco surrealista, me
encierran y lo que quiero es escapar”. Claus: “Usted, tranquilo, que de loco
nos hemos dado cuenta que solamente tiene lo justo. ¡Viva la alegría española,
la mejor del mundo… Si lo sabré yo, casado con una andalusí… Si quiere hasta le
puedo cantar por sevillanas”.
Me doy cuenta que estoy en buenas manos,
aunque no sé si llegaré a ver a Katia, pero que viva la risa y viva el amor”. ¡Quien
me iba a decir esto en el imperio de Sissi y Francisco José. Estoy que ya no sé
si voy a casa de Katia, de Catalina… Es igual, que como diría un andaluz castizo, que
“salga el sol por Antequera, y yo por donde pueda”
Mi amiga Katia reside en una hermosa
residencia con salones elegantemente tapizados, grandes ventanales con un suelo
brillante de madera, y accesos a fantásticos jardines. Traspasado el umbral
externo que da paso al interior, veo que se asoma una Katia que está
espléndida, pero no va vestida de gran duquesa. Ella se adelanta a mis
intenciones y me cuenta y desvela la auténtica verdad: es la dama de confianza
de la Duquesa Catalina, y también quiere vivir su sueño vistiendo elegantemente
a sus compañeros y amigas con los trajes aristocráticos, con lo que no es todo
lo que parece y no parece todo lo que es.
Pues que suene el “Danubio Azul” también
para este turista que por una vez se ha convertido en persona aparentemente
formal.
Cuando le cuente a Jimena esta historia,
ya sé o que me va decir: “fantasma soñador, ¿pero tu cuando has estado
navegando por el Volga?”. Pues no se lo creerá, pero…
MANUEL ESPAÑOL
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