
El caso es que, en contadas ocasiones me gusta el mundo que nos rodea y ello me conduce hacia los refugios de la imaginación. Por ello me inclino a decir que este locuelo surrealista, a veces de un humor tan cambiante, es un enamorado del Pirineo aragonés, que un día, no hace mucho, estuvo en el recuperado pueblo de Lanuza, muy cerca de Biescas, y aún quedan restos de lo que fue cuando las aguas pantanosas empezaron a inundar el entorno. Afortunadamente, antiguos habitantes y sus descendientes volcaron todos los esfuerzos para recuperar sus terrenos y edificios, se volcaron con amor y cariño. Se fueron construyendo casas acometieron obras de infraestructuras que de vez en cuando visitaba y llegó el momento en el que no pude contener mis ímpetus cargados de algo así que suelen llamar visceralidad. Tan visceral soy que no me privé lanzar con toda la potencia de voz que soy capaz gritos onomatopéyicos que tan propios eran de Tarzán secundado por la mona Chita.
Pero mis ojos se abrieron en todas sus posibilidades, cuando el lugar donde en sus tiempos hubo un edificio de los que cautivan , y que como testimonio del paso del tiempo había dejado parte de un muro con una ventana tan solo cercada con ladrillo, casi diría que un tanto vetusto. Me imaginé que estaba en el interior de una habitación o cuarto sin techo ni demás tabiques, y a través del marco me encontré con una vista sorprendente, de esas que te ensanchan el corazón y te inundan de ternura. “Zagal, con esa expresión que pones, cómo se ve que eres un montañés auténtico”, me decía el acompañante y gran amigo Rafael. Auténtico o no, así es como me siento. “Y además te sale agua cristalina de los ojos”, continuó, señalando también que “soy más veterano que tu y me ocurre ahora lo mismo”.
Saqué fotos desde todos los ángulos posibles, y cuando acababa, me dije a mi mismo que de ahora en adelante sería “mi ventana”, la trasladaría a través de mi corazón y mi mente allá donde fuese, siempre con amor a la naturaleza, con a veces razones filosóficas, también críticas, políticas, culturales y hasta poesía. Así que hago mío el lema de la “Sociedad El Sitio”, de Bilbao, “Sin color ni grito”.
MANUEL ESPAÑOL
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