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HORA BRUJA / CAPERUCITA LA LOBA Y EL LOBO CAPERUCITO

Foto de la imagen de Gustave Doré (S XIX), que tuve la suerte de contemplar en el Museo Nacional de la Ilustración del Diario ABC
 Érase que se era, una Caperucita que había dejado de ser niña y ya empezaba a entrar en la edad de merecer. Pero esta Caperucita Roja era una gran amante de su abuelita a la que iba a ver todos los días portando una cestita con miel, una botella de leche, otra de vino tinto del Somontano, jamón de Teruel y un rico queso de Cabrales unas veces, y otras de ese exquisito caldo “maldito Cariñena” que insinuaría don Mendo en su famosa “venganza” y que tantos dolores de cabeza le causara. El caso es que desde su casa hasta la de la yaya debía hacer un largo recorrido y atravesar un bosque muy tupido en el que siempre se cruzaba con animales de las más diferentes clases, algunos de ellos siempre con aviesas intenciones devoradoras, por lo que el contenido de la cesta era toda una tentación. Pero he aquí que tras pasar grandes sustos salvados con habilidad y disfrazándose de loba ya no le molestaron más, y el contenido para su abuelita le llegaba intacto a una cabaña en la que se celebraba cada festín gastronómico… Caramba, caramba, cómo la abuelita Simona le pegaba al vino y al queso, y hasta al jamón de Teruel. Y así iban cayendo las hojas del calendario repitiéndose el recorrido hasta que se puso de moda esa canción que compuso Julio Iglesias, “de niña a mujer”. Un día, cuando arrancaba para llevar a cabo tan humanitaria y familiar labor, un chico llamado Armandito le llamó guapa al salir del pueblo, y ella se puso colorada, pero que muy colorada, oigan ustedes, que por algo le llamaban Caperucita Roja, y no sólo por su capa. Así que al pasar por un estanque de agua cristalina y quieta, decidió contemplar su imagen: habían crecido moderadamente las formas, le brillaban unos ojos muy expresivos y hasta se atrevió a sonreír. En una palabra, que se vio hermosísima a sí misma, y no pudiendo reprimirse, al recoger un palo con forma de bastón, no se le ocurrió otra cosa que escribir sobre un trozo de barro duro, eso de “guapa”. Y entonces se dedicó a visionar en su mente la imagen de Armandito pensando al mismo tiempo que “la próxima vez que me lo encuentre va a saber lo que es bueno. Y yo también”. Lo primero que hizo fue arrojar su muñeca de juegos al estanque, aunque casi de inmediato se arrepintió, que después de tanto tiempo juntas no era cuestión de ponerle una puerta blindada al pasado, por lo que pensando que en este momento era una transeúnte solitaria, decidió quitarse la ropa y lanzarse al agua para recuperar parte de sus sentimientos. Pero he aquí que la chica estaba siendo observada por un lobo solitario, joven y enamoradizo, si bien, todo hay que decirlo, sin intenciones torcidas por su parte. El lobo, que iba sin pelliza disfrazadora y al que llamaremos Caperucito por su nobleza y por la admiración con que se mostró hacia ella, al ver que Capu comenzaba a enfadarse, le contó que todos los días la observaba detenidamente en su recorrido, y que cada vez le admiraba más, y que fuera considerada con él. Tan considerada fue que le regaló la miel portada. “No me interpretes mal, Caperucita. ¿Y ese Cabrales que tienes tan rico y que huele tan bien, ¿y ese Cariñena que tiene un color y un olor que alimenta?”. “¿No querrás toda la cesta, verdad?, le dijo ella. “No si en realidad todo lo que necesito es tu sonrisa”, contestó Lobo Caperucito ya con ojos de tontaina. A Caperucita le llegó tan hondo lo de la sonrisa, que le regaló el queso de Cabrales y la botella de tinto del Somontano. Y día a día tenía lugar un nuevo encuentro con más y más viandas. Y además es que la abuelita Simona no se enfadó mas que el primer día, porque después su nieta dobló las raciones. Y ya el Lobo Caperucito y su chica prolongaron sus hechos y dichos, así hasta que un día se plantó ella y le dijo la temida frase de “esto no puede seguir así”. Entonces idearon un estratagema, según el cual Capu se adelantaría hasta la choza de la abuelita gritando aquello de “que viene el lobo”, lo que haría que la yaya asustada buscara un refugio inmediato y de esta manera se desarrollaría mejor la situación una vez llegada la paz. ¡Oiga, que Caperucita Roja quería mucho a su abuelita! Entraron, pero es que no había ni rastro de la yaya, que siguiendo su costumbre debería estar en la cama con su gorro de dormir, sus orejas grandes y sus dientes largos que tanto miedo le daban al lobito bueno y dócil dominado por una sorprendente Caperucita. Así que al pobre animal, su casi pareja lo metió en el lecho poniéndole gorro, gafas y unas orejas postizas, por lo que se dedicaron a decir sandeces y a reír sin parar. Y mientras, al observar semejante juerga, una vez pasado el miedo, la yaya salió debajo de la cama y de esta manera se formó un trío muy divertido. Tanto es así que Capu le dijo a su madre toda emocionada, que como la abuela ya era mayor, se iba a vivir con ella. De esta manera, abuela, Lobo Caperucito y Caperucita Roja vivieron muchos años en plena felicidad y armonía y durmiendo los tres juntos, si bien antes de entregarse a los brazos de Morfeo se contaban un chiste tras otro. Como eran muy trabajadores, se pusieron una granja y desde luego no pasaban hambre. Además, quesos y vinos los encargaban por Internet.

MANUEL ESPAÑOL

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