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HORA BRUJA / MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLAS


No sé que tiene la noche que con su visión enigmática, fascina y envuelve y también arrastra. Es tiempo de ver las estrellas, es tiempo especial para excitar imaginación, para soñar con los ojos abiertos y también cerrados, es tiempo para navegar por un mundo imaginativo hecho a la medida de tu sentir en torno a tus propios satélites que orbitan por la propia cabeza, hasta penetrar e instalarse en el interior más profundo, a veces cargado de pesadillas. Es la libertad que tienes para romper las cadenas a las que te sientes anclado y que a veces te desesperan. Me viene a la mente el impresionante y deprimente “Grito” de Edvard Munch, invadido por los virus destructores del ser humano que te hacen caer en los abismos más infernales. Es ese el canto a la locura mayormente depresiva en la que me niego a caer. Creo y quiero solidaridad humana autentica, y no la caridad “lavaconciencias”. A partir de ahí confieso que soy un enamorado del amor y del humor. Que el amor siempre estará presente en mi persona, que si siento la necesidad del buen humor y sé transmitirlo y contagio alguna sonrisa, habré dado un buen paso adelante. Esa es la dirección que deseo fervientemente y en la que me encuentro feliz. Y como algo loco sí que estoy, no me importa que me llamen el “loco surrealista”.
Así que ya vale de mostrarme con una seriedad que no va conmigo (¿O si?). Y con la que he querido hacer acto confesional, un poco “sin pasarme”. Dejemos atrás la tristeza y de esta manera, con la mejor de mis sonrisas, abro la puerta y salgo al balcón de mi nido montañés a fin de contemplar el firmamento cargado de estrellas y de espíritus libres; también, a ver pasar a mis personajes haciendome la burla con su mano derecha puesta en la nariz, o emitiendo sonidos guturales, que con cierta ligereza llamamos pedorretas. Me dicen que se van de juerga, que no sea tonto, que me llevan a un mundo sorprendente, de brujitas buenas, de caballos voladores, trapecistas, payasos, leones bondadosos, duendes… y espacios donde no se conocen los armamentos ni las banderas divisoras, ni las fronteras inventadas por el ser humano. Y ni corto ni perezoso, me dejo un zapato que me recuerde la necesidad de volver, y me agarro de las manos de las componentes del Club de las Gatas Locas, de todos los hombres invisibles que hay en el entorno de la Puerta del Sol, de Madrid. Así hasta que llega Francisco Franco, mejor dicho, uno de sus imitadores físicos, que me hace poner cara de pánico hasta que me sale al rescate la novia del metro, si, aquella que iba vestida de blanco en el suburbano y con gafas de sol para disimular, que me tomó el pelo todo lo que quiso, y que como cantó Brasens y compartió Javier Krahe, me hizo quedar como un gilipollas en el Parque del Retiro. Y aparecen Pino, Marya, Blanca, Sara, Teresa, Carmen, Silvia, Elena, Ana, Elvira, Marivi... si mis brujitas encantadoras que todos los días me inyectan con sus soplos inspiradores una motivación que tan solo es posible a través de su saber hacer como musas revoltosas que son. Es cuando suena música con aires circenses inspirados en la imaginación tan mágicamente surrealista como la de Federico Fellini. Nos unimos todos en una cadena cerrada que dibuja formas libres, alegres, disparatadas y con coreografía no exenta de ciertos aires con ingredientes libertarios, a la que se unen además personajes como Marcelo Mastroianni, Sofía Loren, Vittorio de Sica y Claudia Cardinale en sus momentos mayormente espléndidos..... ¡Vaya baile tan especial que nadie desea tenga fin!, que se desarrolla bajo la carpa circense con la estanquera de ”Ocho y medio!, que está que se sale de su vestido, acompañada de los ragazzos faltones y cargados de guasa, que no se resisten de forma divertida a montarse en la noria, en los carruseles. Sí, estoy en un mundo mágico tan solo apto para las personas que encuentran entre las estrellas su capacidad soñadora e imaginativa. Cundo la música alcanza su momento trepidante, me encuentro frente a frente con una escotada Sofia Loren, que me invita a bailar apretaditos los dos bajo el hechizo del cielo estrellado. Y claro, empiezo a cojear y a hacer la risa. Es cuando me doy cuenta de que me falta un zapato en el pie derecho, y noto que las luces se van apagando, que las gatas locas y mis brujitas no sé si me dicen hasta luego cuando me depositan en el mismo balcón desde el que ahora siento mis mejores sonrisas. “Ha sido todo un sueño”, me dice en imbécil de Pepito Grillo, siepre tan inoportuno. No digo que no, pero puedo asegurar que soñar dormido o despierto también es vivir con intensidad, como con frecuencia me sucede. Que no le falte a nadie la imaginación, las ganas de reír, el sentido del humor, la generosidad de la existencia, ni la nobleza necesaria para mirar siempre de frente al prójimo comprometedor sin necesidad de bajar la vista.
MANUEL ESPAÑOL

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