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HORA BRUJA / BAILANDO AL RITMO DE FEDERICO FELLINI


Entro en la sala apenas iluminada. Una música romántica, sensual, suena muy agradablemente con el adorno de unas bombillitas de colores y con luces indirectas El ambiente empuja hacia la pista central. De repente, mi imaginación surrealista y soñadora me lleva a ver las caras de Federico Fellini, Giuletta Massina, Ana Magnani, Marcelo Mastroianni, mientras que un cañón de luz ayuda a hacer su aparición a la increíble Anita Ekberg, que se mueve cimbreante y provocadora. ¡Ay fantástico soñador de la “Dolce Vita”, de “Amarcord”, “Ocho y Medio”, “El Satyricón”, “Las noches de Cabiria”, “Boccacio 70”, “Julieta de los espíritus”, “I’Clowns…”! Sentado en solitario junto a una una mesa de primera fila, comienzo a mover los pies, a bailar con los nudillos de las manos decido salir de ahí, de ese refugio oloroso a perfume que envuelve y a güisqui. Me tiende la mano Claudia Cardinale y me sumerjo en un mundo extraño en el que nada parece lo que es y en el que es todo lo que parece, y suena en ese momento con toda alegría la música de Nino Rota, y comienzo a girar formando parte de una rueda humana de lo más variopinto. Me siento arrastrado por una troupe circense muy felliniana en la que doy vueltas y vueltas sin parar ni marearme, hasta el punto de hallarme en un estado agitadamente embriagador, en el que la estanquera de “Amarcord” me guiña un ojo y hace asomar brevemente sus enormes pechos. ¡Que digo!, pero si en el centro de la rueda se encuentra Capucini ante un un Mastroiani que no le quita ojo. No me importa, hay muchas estrellas, peo como me muevo entre la Ekberg y la Cardinale sin separar nuestras manos como si de las más bellas caricias se tratase, soy un hombre muy feliz, tan feliz que no me doy ni cuenta que hemos abandonado la sala y que nos hallamos en la pista del más maravilloso y mágico circo del mundo: el Fellini Circus, en el que no soy una estrella, pero que sueño con integrarme en la atmósfera de los payasos, que actúan sobre mi como si constituyesen el más poderoso y atractivo imán. Sí, me gustaría ser como Charlie Rivel, el más grande, o Pompoff y Teddy, o los hermanos Tonetti. Sí, sí, portando y tocando con una trompeta, un acordeón, esa música marchosa y tan circense. ¡Qué desfile tan hermoso!. De repente, la música se detiene y una voz con volumen aumentado por la acción de la megafonía, me dice: “Eh, Gabino, abrázate ahora a Capucini y a Claudia Cardinale”. Es el jefe Federico, al que hay que hacerle caso, y a la voz “acción” nos tomamos por el talle y yo feliz, sigo con el ritmo de la música. Dejamos la pista protegida por una enorme carpa, y empezamos a subir por el graderío, en el que la estanquera se decide a asomar de nuevo sus hermosuras, mientras que el travieso Marcelo Mastroianni le hace una de las suyas. Pero ¡viva la alegría! Y los instrumentos suenan especialmente rítmicos con más intensidad todavía. Se rompe la rueda, paro todos seguimos de la mano para salir al exterior, en el que se encuentran unos rapaces que no quieren perderse la fiesta por más que sus madres no paren de impedirlo. Benetto, el más decidido, se escapa y entra en el círculo para ver de cerca de Anita Ekberg y esta le hace unos movimientos de baile que incitan a la manma a entrar al rescate de su hijo, mientras Marcelo se arrodilla ante ella, y la fiesta continúa a un ritmo indescriptible, con mama y ragazzo integrados en la troupe. Las luces se apagan unos minutos después, pero la luz de la luna es tan hermosa, que una música más dulce y sensual hace que la rueda desaparezca, pero hagan su aparición mujeres y hombres deseosos de disfrutar de un romance de deseo ante las cámaras nada ocultas de Federico Fellini. Mejor pues, que este Charlie Rivel falso y fracasado, fardará, y mucho, bien agarrado a la inolvidable boloñesa Maria Antonietta Beluzzi. Sí, os explico: la estanquera.
MANUEL ESPAÑOL

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