Una imagen del edificio del Teatro María Guerrero, de Madrid
No se que me ocurre, creo que me hallo en el momento del despertar y me encuentro preso de mis obsesiones, y con el sentimiento del fracasado que no puede impartir remedio ante tanta injusticia que nos rodea. Cabreadillo diría que me encuentro con esta situación carente de humanidad, y no se si de divinidad, con el cabalgar incansable de “Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis“. Acababa una noche de salir del Teatro Maria Guerrero, de Madrid, tras la representación e “Hedda Gabler“, con una Cayetana Guillén Cuervo espléndida en su papel de protagonista principal, cuando tuve el triste privilegio de contemplar una estampa cada vez más habitual en las vías urbanas de las grandes ciudades. Así sucedió que en la calle Génova, frente a la sede del Partido Popular (PP) una pareja de personas mayores, muy dignas ellas, de lo que doy fe, trataban de encontrar comida en uno de los tres contenedores que se hallaban alineados. El marido decía que uno de los productos olía mal y no se atrevía a ingerirlo, ella no lo encontraba así, puesto que “se trata del olor natural del producto. ¡Ay Juan¡, que tengo hambre y no resisto mas“. Afortunadamente pasaban por allí unos jóvenes generosos con unos paquetes de viandas que donaron a los ancianos atacados por la injusticia. Y eso ocurría en un Madrid céntrico y a veces hasta irreconocible. Aquello me marcó profundamente, y hasta estuve unas horas con el estómago revuelto por la tristeza de hallarme ante un problema, que según me decían los caritativos jóvenes, se repite día a día. Ni que decir tiene que me hallaba con el ánimo tan bajo, que me vi imposibilitado para cenar, y después también para dormir, hasta que casi al amanecer fui presa de pesadillas reflejadas de un mundo ingrato. Soñé también con las víctimas del terremoto de Nepal extendido a lo largo de la cordillera del Himalaya, con los balseros muertos en el Mediterráneo...
En el madrugar me encontré impedido para el sentido del humor, si bien con el paso de las horas pude asomar alguna sonrisa. Azotado pues por el sueño y un apetito reponedoramente saciable, cuando pasaba de mañana por la calle Barquillo, notaba a un aroma a café muy especial, que a modo de un Flautista de Hamelin me invitaba a entrar a una cafeteria-pasteleria. “¿Me podéis atender, por favor?“, les dije a dos camareros muy atentos y hasta risueños, y la respuesta de ellos, muy bien sincronizada no dejaba lugar a dudas… “Si señor, Podemos“. Así que les pido un café bien cargado y una porra virtual, que de las reales no me deja esta Jimena mía confabulada con el endocrino. Otro cliente que acababa de entrar casi al mismo tiempo que yo les decía a los empleados que si le ponían otro café y algo para comer. La respuesta fue la misma que para mi: “Nosotros podemos“. “¿Y de picar que desea el señor?. Tenemos unos chorizos muy buenos y de calidad. Vamos, chorizos ibéricos“. El hombre soltaba la carcajada y les decía después con una cara muy seria y bien forzada, que “no, gracias, que servidor siempre ha condenado el canibalismo. Prefiero la tortilla de patata“. De esta manera pude disfrutar de un momento distendido, hasta que antes de marchar irónicamente pregunté: “¿Puedo pagar?“.
Salía a continuación del lugar del lugar y me encontré con un indigente de los que han saltado “la valla“ que separa físicamente a Marruecos de Eapaña, lo que me provocó un nuevo retroceso anímico, que afortunadamente, no mental. Pienso que la vida es muy dura y que servidor de ustedes y de Cristo Bendito es un afortunado y bien tratado, lo que casi me da un cierto complejo de culpabilidad. Y puesto a pensar maldades y a echarle imaginación a la vida con aires un poco, bueno, muy bordes, creo que sería conveniente convertirme en el Flautista de Hamelin, sí, ese que se llevaba tras de si a todas las ratas mientras tocaba como solo él sabia hacer con esa flauta mágica que las conducía hacia las mas profundas y cenagosas cloacas, de donde no salieron jamás… De esta manera, con mi batuta y flauta, violadores, traficantes humanos, altos chorizos ibéricos, terroristas asesinos, mafiosos de alta y de baja estrofa, desaparecerían igualmente de la faz de la tierra. ¿Que con quien nos íbamos a meter? Sin problemas en ese sentido, que la malicia humana resulta mucho mas imaginativa de lo debido, especialmente en ese perenne deseo de “yo, mas que nadie“. Desgraciadamente la vida, desde que comenzó la existencia del hombre, no se sale de un proceso cíclico que cada vez resulta mas corto ante el castigo constante de esos “Cuatro Jinetes del Apocalipsis“ que no somos capaces de anular y que aparecen con demasiada frecuencia.
MANUEL ESPAÑOL
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