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HORA BRUJA / MIS NOCHES LOCAS EN PARÍS


La pasada noche, cuando ya estaba que me caía de sueño y con ganas de conectar con esas maravillas surrealistas que envuelven los pensamientos no controlados, el telele del vidente, un virus benigno o terrible según se mire, y que padecen muchos españolitos, le atacó al vecino de una vivienda próxima a la mía; vamos, un “colegui”  que sufría solo por esa noche la ausencia de su mujer, que quería aprovecharlo y que estaba empeñado en que viese con él un programa sobre París, y que mientras tanto tomaríamos un güisqui escocés que le habían traído de Edimburgo. Y servidor, que no es precisamente amante de la televisión y que tampoco sabe decir que no, tuvo que decir que sí en medio de una lucha feroz consigo mismo. “Siempre me quedará París”, pensé. El caso es que en la casa vecinal, a mi, que casi no pruebo alcohol ya me tenía preparada la botella aún por abrir con los vasos y el hielo preparado. “Es que no puedo beber solo, no me gusta”, me decía el intrépido Pepón, “y por eso te he llamado. Además aún me he animado especialmente cuando he puesto la “Fiesta Parisién” de Offenbach y sonaban los compases del cancan. Como en la programación TV anunciaban un especial sobre París, me dije que te iba a gustar pensando en las guapas chicas con tipazos provocadores que iban a salir. Así que prepárate y espabila un poco, que te veo medio dormido”. Y el programa sin empezar, y el otro que tómate un güisqui, que mientras acaban los anuncios te tomas otro. Y yo que le digo: “pásame unas olivicas, que si no este brebaje me sentará mal”. “Calla, calla, ahora no puedo (me contestó él), que salen las titis”. Y sonó el cancan, y las niñas estarían muy bien, pero como un par de copas ya me dejan beodo, tuve que salir de la casa de Pepón y meterme en mi cama en total silencio. El caso es que al poco me debí quedar dormido y no recuerdo si me he levantado o no entre sueños. El caso es que ya casi despierto he saltado de la cama sin síntomas de ningún tipo, y como la ducha de mi cuarto de baño es amplia, me he puesto a bailar el cancan al sonido de mi voz. ¡Vaya talegazo me he dado! Afortunadamente no se ha roto nada, se me ha caído el teléfono de la ducha encima, pero no se ha roto (el teléfono claro). A mi un bollito de poca cosa,  pero además del berrido que he dado el asunto no ha pasado nada más.
Y hoy, no se por qué, me ha dado por los recuerdos mezcla de frivolidad y de alegría, que la frivolidad también forma parte de la cultura de cada día, como si de un vivir y reír se tratase. Al salir de casa está claro de que “el siempre me quedará París” de anoche ha hecho mella en mi, así que la meditación pagana a la que me entrego en mi caminata diaria supondrá  un memorial dedicado a una bohemia que traté de revivir años más tarde, pero como dicen que cada cosa en su sitio, ahora no tiene cabida. En la Ciudad de la Luz he tenido mis noches locas, y entre el presente, el pasado y esa imaginación que a veces me sorprende tanto, no me he dado cuenta ni de la fuerza del viento, ni de las bajas temperaturas, volviendo a ser el loco surrealista que se ríe, canta y baila solo, por muy poblada que esté la calle o el paseo. Cómo no, mis primeros pensamientos han estado dedicados a Toulouse Lautrec, un pintor que me fascina como tal y que supo vivir a su aire entre los cafés, los burdeles, los cabarets y los teatros de París, y al que además la ingestión de absenta le ayudaba en su labor creativa en una vida que acabó con él a los 37 años. Y he seguido sus huellas, cómo no, en los museos, pero que he sentido una especial sensación a la hora ir tras sus pasos por aquellos lugares en los que estaban sus musas y amantes fugaces algunas de ellas y otras no, prostitutas, cabareteras, entre ellas Jane Avril, a las que inmortalizaba en sus pinturas y que le servían de modelos a sus tareas cartelistas para los centros de diversión, que le pagaban siempre las consumiciones. De ello dieron buena fe escenarios como los del Chat Noir, Moulin Rouge y Folies Berger entre otros. Era un gigante sensible que medía un metro y medio, que quiso amar y que fracasó en la vida sentimental. Sin embargo dejó unas huellas que acabaron de cimentar el París Bohemio, desde el barrio bajo de Pigalle hasta los altos de Montmartre. Aún me acuerdo durante mi meditación pagana, de mis visitas a los centros ya anunciados, y aunque parezca mentira, a la vez que trato de entonar las más populares y hasta  bellas canciones que inmortalizaron igualmente Rina Ketty, Edith Piaf, Maurice Chevalier, Yves Montad, Josette Lemain, Juliette Greco, Mireille Matieu y otros intérpretes anónimos que ayudaron a hacer un París más dulce. Así que corro, canto, hago gestos faciales y corporales. Hay momentos en los que paro y recuerdo mi visita a un viejo café cantante próximo a Montmartre, en el que una mujer ya muy mayor tomándose a risa su ancianidad y acompañándose de un acordeonista,  cantaba, bailaba y hasta se sentó en mis rodillas acariciándome la cara (nada más) y diciéndome que me amaba, para a continuación quedarse con una falda que dejaba ver la breguita y después danzar (¿cómo no?) un desenfrenado cancan. Por cierto, que en la ropa interior, por detrás se dejaba ver un disco señalando dirección prohibida, y por delante una flechita que indicaba la dirección exacta.
Pero París no es solo la bohemia, la diversión que jamás faltará, es la cultura, es la capital de un país que siempre me ha enamorado por sus principios básicos de “Libertad, Fraternidad, Igualdad”. París es cultura y una ciudad iluminada noche y día. Es verdad, repito, que siempre me quedará París.

MANUEL ESPAÑOL 

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