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HORA BRUJA / SURCABA LOS CIELOS SOBRE UN CORCEL ALADO

Dedicado a mi amigo y primo, Ramón Ruba Fañanás


Era como una diosa que desnuda sin más ropa que un tejido transparente y muy ligero, sobre un corcel blanco y alado había dejado su morada en el Olimpo para surcar los cielos y ser testigo de los aconteceres terrestres por un tiempo. Zeus había reservado a la hermosa Acantha para misiones poco frecuentes, pero siempre cautivadoras como ella. Su dulzura, su belleza y sabiduría se consideraban factores esenciales para poder introducirse en el mundo de los mortales y conocer con precisión lo que ocurría en un rincón concreto de la tierra. Los romanos, pocos años antes de Cristo, entraron a saco en Las Médulas, paraje de la inigualable comarca leonesa del Bierzo, con la única intención de explotar la mina de oro existente a cielo abierto, lo más rápido y fácilmente posible. Para ello se puso en marcha una obra de ingeniería impresionante, consistente en horadar la montaña y hacerla reventar a base de inyecciones de agua, lo que dio lugar a la alteración del medio ambiente con el resultado de un paisaje de arenas rojizas, cubierto actualmente de vegetación de castaños y robles. En La actualidad se considera un paisaje cultural y tiene la denominación de Parque Cultural, así como de Patrimonio de la Humanidad. Ni qué decir que los conquistadores enviados por Roma, abandonaron la explotación cuando la obtención de oro ya resultaba extremadamente costosa, y por supuesto, antieconómica.  
Embebido en la leyenda de Acantha, de la que en ningún momento garantizo su autenticidad, wn alguna ocasión he disfrutado de este paisaje tan especial, y a pesar de la salvajada de los invasores, considero que es único y que invita a soñar. Señores de Roma: nos dejaron sin oro, destrozaron el paisaje en origen, pero nos dejaron un lugar que cabría considerar único en el mundo. No sé si darles las gracias o formar grupos guerreros que claman venganza y que locamente piden conquistar Roma. Mejor dejemos las cosas como están y me quedo con la actual multitud de sugerencias de sueños.
Y en un entorno hermoso vi multitud de árboles, primero un castaño gigantesco, después esa especie de árbol cambiaba de tamaño, hasta que encontré uno que me dejó prendado por sus formas tan especiales y aparentemente embrujadas. A los amiguetes del grupo les dije que fuesen hacia delante, que no tuviesen prisa en volver, que me quedaba allí. Cuando ya estaba solo me dediqué a explorar esa maravilla vegetal de formas extrañas. Me separé unos metros para contemplar un aspecto general, y daba la impresión de que algo se movía. ¿O era mi imaginación?. Así que me metí en la oquedad de la base del tronco, y oí un sonido parecido a la música más bella que uno pueda escuchar. No cabía duda. Se había producido un eclipse, pero a lo lejos brillaba una luz muy intensa. Era el rayo que proyectaba una diosa montada en su corcel alado, y que venía hacia mi encuentro. Ya, a mi lado, me llamó por mi nombre y me puse a temblar pensando en que me había vuelto loco ante tanta belleza. Bueno, dejémoslo en loco surrealista. El olor a tierra húmeda daba un toque muy especial al aroma del ambiente mágico en el que me había metido. El corcel alado se alejó volando y me quedé a solas con la diosa o musa, no sé, del olimpo. Me dijo que yo era un hombre bueno, cariñoso, y hasta osó decir guapo. Como me consideraba así me contó historias de amor de allá de donde vivía hacía siglos, se acercaba a mi persona cada más, mientras que yo me ponía de un colorín colorado intenso como simple mortal que era ante una divinidad tan ligera de ropa. Me dijo que había estado en tiempos con los romanos y que entonces pensaba que como eran unos sosos no volvería más a la tierra. Pero claro, que como se cumplía el segundo milenio de aquel viaje, había querido saber si la situación de los moradores de Las Médulas había cambiado. Le confesé que era nacido en Zaragoza y con raíces muy profundas en Biescas, vamos, que soy de pueblo más bello del mundo. Y ella acercándose aún más, me pidió pues el beso de un aragonés. Me iba a entregar a mis deseos nada honestos, y de repente siento la bofetada que me da mi amigo Ramón. “Gabino, despierta”. Y yo sonriente; y otra bofetada, “¡Gabino, que despiertes o te doy más!”. Me abrazo a Ramoné, le llamo Acantha y le pido que me de un beso. Y no fue eso lo que precisamente hizo mi amigo. Lógicamente no había quedado ni rastro del corcel alado ni de Acantha.

MANUEL ESPAÑOL 

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