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HORA BRUJA / SOÑAR IMPOSIBLES EN EL ALTO PIRINEO


Me daba mucha pena de que la temporada de esquí acabase y yo no me hubiese estrenado. Prácticamente hasta el año pasado siempre me aproximaba a las pistas, a pesar de tener las rodillas maltrechas debido a mis aventuras deportivas en general y montañeras en particular. Tarde o temprano me tenía que llegar esta situación de meniscos rotos y recompuestos, por lo que tuve que reducir mis “actividades de riesgo”, si bien disfrutaba intensamente con esas motos de nieve con las que inicialmente causaba estragos. Así hasta que aprendí bien esa técnica, que requería un esfuerzo económico que me hizo pensar en la manida frase de “la escala de valores y…” Fue cuando me di cuenta de que si el día es bueno y hace sol, aunque la nieve esté “blandurria” (perdonad por el uso del argot), echarse sobre una tumbona con un vermut y olivas rellenas de anchoa al alcance de la mano y con unas gafas de sol bien puestas para contemplar sosegadamente el panorama, el placer es de una intensidad sublime. Así me pasó en la estación de Panticosa, que junto a la de Formigal son mis favoritas, y ahora unificadas. ¡Ay qué meditaciones laicas tan especiales y divertidas te puede proporcionar esta situación rodeado de picos altos, muy hermosos y nevados! Al momento oigo en mi cabecera la voz dulce de Jimena, muy mona ella metida en su traje deportivo invernal, que me dice: “¿En qué piensas cariño?”. Joé, ¡pero qué indiscreta ella. Como que se lo iba a decir! ¿Es que uno no tiene ni siquiera la posibilidad de libertad de pensamiento? Pues no, que no me acordaba de ella precisamente, y que si le digo la verdad la tengo de espaldas todo el día. Y al final, después de tanto y tanto insistir, le comenté una realidad: el primer curso de esquí alpino de una semana de duración en Formigal. 
Era tiempo de juvetud en una época en la que estaba muy fortachón… El monitor, que era uno de los dueños de La Tosquera, un bar-restaurante con buenos desayunos, almuerzos y comidas, pariente lejano mío, me trató muy bien y me dijo que me iba a meter en un grupo muy divertido. Sí, que seguro habría armonía con el propio enseñante y siete alumnos bastante gansos a la hora de hacer comentarios. Éramos dos chicos y cinco chicas, entre ellas una azafata de Iberia que había venido desde Madrid, espectacular, que me iba a llevar por la calle de la amargura. Ella era una novata muy lista y con buenas facultades, y entre los dos protagonizamos un pique azuzado por Luis. “Venga, Gabino, que le has caído muy bien, que si no ligas es que eres tonto”. Y muy tonto muy tonto tampoco fui, pero muy espabilado tampoco. Eso sí, persistente un rato largo. Tras las clases nos íbamos todos a poner fin a la jornada en el bar del “profe”, que era tan buenazo que invitaba más veces de las que pagábamos nosotros, y ahí la camaradería se acrecentaba y era la causa de que casi todos los días me volviese a Biescas de noche, cuando la juerga de la cena y las copas iba a comenzar. Un día Luis me invitó a dormir en su casa para que pudiera disfrutar la noche de Formigal. Ya se sabe, discoteca, copa y más copas, y uno que se va de lengua y pierde la vergüenza (ahora no la tengo) y Marga, con ganas de juerga y de guasa, que me recoge los guantes que le lanzo y me dice que si hacemos una carrera con un recorrido muy difícil y llego primero, que se me rinde. La que se armó la mañana siguiente en las pistas, en que ninguno de los dos nos echamos atrás en tan particular apuesta. Ante las risas del “profe”, que hacía de árbitro, nos dio la salida a dos deportistas que aún arrastrábamos restos de la resaca. Marga se adelantó muy pronto, pero mi amor propio no se daba por vencido y emprendía una rápida carrera que me costó tres espectaculares caídas sin consecuencias, ante las risas de ella que se paraba de vez en cuando para darme ánimos. A final le di alcance cuando no se lo esperaba, con lo que se volvió hacia atrás para caerse pro primera vez, y yo decidido a cobrarme la deuda, por lo que caímos abrazados. Y ahí acabó todo, porque a la cafetería de pistas había llegado una llamada en la que se le notificaba a la chica que había llegado el novio. Tras tomar un vino dulce muy caliente en menos unión y menos armonía, decidí volverme a Biescas de nuevo.
Hago un lapsus en mis pensamientos placenteros, me encuentro con el vaso de vermut lleno otra vez y es ese el momento en el que Jimena vuelve a preguntarme en qué pienso. Mi respuesta es “en una cosa que pasó hace muchos años”. “Pues muy divertida debió de ser, porque te veo con una sonrisa…” Como llega la hora del retorno, antes de partir le digo que me voy a calzar los esquís que me he traído en el coche, que hace ya mucho que no me los pongo, y me tengo que escuchar eso de “insensato, a tus años, que te puedes estropear aún más”. Muy graciosa ella que no logra alterarme, me dirijo a la pista infantil, me engancho al teleski, me dispongo a bajar por verde, me vuelvo a caer sin consecuencias, se me acerca un niño de diez años y le pregunto: “¿Verdad que esquío muy mal?” Y el puñetero de él me dice: “Afirmativo”. 
Pues el próximo diciembre volveré a Panticosa a principio de temporada. Y volveré a hacer otro curso intensivo. ¡Menudo soy yo! 
MANUEL ESPAÑOL

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