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HORA BRUJA / SIEMPRE RECORDARÉ A BLANCA


El piano sonaba con fuerza, la maestra hacía que sus notas musicales fuesen envolventes. Ella era de carácter alegre y sentía la pasión más enorme por Mozart. Sus dedos guiados por la sabiduría y la sensibilidad transmitían un arte sonoro que contagiaba y portaba hacia los diferentes y mágicos estados de ánimo de su expresión artística. Siempre recordaré a Blanca con esa sonrisa suya, que aun hoy luce en no sé qué dimensión. De ello estoy seguro. Vivía muy cerca de mi casa y le gustaba que todos los niños de su entorno aprendiésemos o por lo menos tuviésemos una cierta sensibilidad a la hora de escuchar y entender el lenguaje más internacional: la música, que no conoce de idiomas diferentes. Mientras en las emisoras de radio se escuchaban las canciones de Angelillo, de Juanito Valderrama, o Marcos Redondo, Blanca nos reunía en su casa y hasta quería que nos pusiésemos al piano para que palpásemos la magia de un instrumento muy especial. Lamento decir que de mi tan sólo consiguió que tocase y mal pequeñas y facilones piezas. Estaba claro que lo mío no eran las teclas, que lo que debía haber hecho es ejercer de joyero, es decir, hacer “joyos” en la tierra. Sí, me río de mi mismo, porque si no es para llorar. Y aun con todo la profe no se daba por rendida diciendo que mi autoestima estaba muy baja, que ella me la iba a elevar hasta lo inimaginable “porque tienes una voz muy buena”. Y empecé por el do, re, mi, fa, sol, la si, do. Y me hacía doblar hasta que me desinflaba y servidor estaba a punto de abandonar, que por lo menos me hubiese gustado cantar ya, por lo menos, “Campanera”. Blanca, insistió una y otra vez con Mozart, que hasta que no me aprendiese completa un aria de Mozart, no me dejaba salir de casa. Se iban los demás chicos de allí y nos quedábamos la profesora, su hija Marya, más pequeña que yo pero digna alumna de su madre, para pulir mi técnica de canto. Su chica al piano, ella a dirigir y Gabino a cantar. Antes, para darme ánimos, me preparaba Blanca un chocolate a la taza a fin de calentar la garganta, después me daba instrucciones para cantar con el diafragma, conducir la voz hasta el cráneo para que hiciese de caja de resonancia. Y… a ver qué salía de ahí. Su hija, ya lo creo que me gustaba, y a ella, que tocaba como los ángeles, no le quería defraudar. ¡Anda que no sabían ambas dos para sacar entonces lo mejor de mí mismo!, que ya tenía mi amor propio. Y así utilizaron entre risas sus armas más poderosas y convincentes. De esta manera atacamos y hasta aprendimos las notas de las bellas arias de Papageno y Papagena en “La flauta mágica”, un cuento de hadas que admito me trae bellos recuerdos y que repito con frecuencia como oyente y como cantante en la ducha. Hasta qué punto me gusta esa ópera que he ido de propio a Praga a escucharla en su bello teatro, y después en una presentación reducida en el entorno del Puente de Carlos de la capital checa. Después, con los años, hubo cambios de viviendas, pero en todo momento mantuve la proximidad con madre e hija y de vez en cuando nos reuníamos para cantar, y Blanca haciendo bises como una indiscutible estrella que era tan entregada a la enseñanza. A ella le hubiese gustado que su hija y yo nos hiciésemos novios, pero cosas de la vida, cada uno seguimos nuestros caminos independientes. Marya conoció a un gran tipo, hoy en día catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras y buen amigo mío, mientras que servidor de ustedes y de Cristo Bendito, más bohemio, se fue por caminos algo más libertarios y se orientó hacia el Periodismo ante la comprensión y cariño de su Jimena del alma, de la que digo “la mujer perfecta”. De vez en cuando salimos los cuatro a cenar juntos o nos reunimos en nuestras casas, presididos por el recuerdo hacia Blanca, una mujer a la que tendré presente toda la vida. De vez en cuando me acuerdo de ella con tal intensidad, que no me resulta necesario entrar en estado de excitación interior para entonar la romanza “Una furtiva lagrima”, de la ópera “El elixir de amor” de Donizetti. Me gusta mucho esta aria tan especial y que sé que a ella le encantaba. Perdón Mozart, perdón a todos por esta voz que nada tiene que ver con Plácido Domingo.
MANUEL ESPAÑOL

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