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HORA BRUJA / LA BRUMA QUE CIEGA MI VENTANA

He apagado las luces de mi estancia y quedo sólo tras la ventana indiscreta. La bruma es tan intensa que tapa y anula el sentido de la vista. Y el silencio reina. Estoy solo, necesito escuchar el rumor de los borrachos, de las hojas que dan un suave chasquido al caer al suelo, las risas jóvenes de algunas parejas que ya no pasan, sentir que hay vida. El bebé del piso de arriba se ha dormido, el disco de los nocturnos de Chopin se ha silenciado. Aires de misterio inundan la atmósfera del ambiente, pero es extraño, no se escucha sonido alguno. Empiezo a tener miedo, miedo de mi mismo, que comienzo a ver al mundo exterior como un desconocido y a crear mi propio mundo con aires de recuerdos tristes. Ajeno al transcurrir real de las manillas del reloj, de repente me doy cuenta que no estoy solo, que suenan las campanadas de una iglesia próxima, que son las doce de la noche, que la hora bruja ha alcanzado su punto culminante. Sigue inundándome el miedo a lo desconocido, a espíritus burlones que tan sólo existen en mi imaginación. Luego la niebla intensa se disipa y la algarabía callejera se hace notar. Acabo de despertar, más que de un sueño, de una pesadilla.
Me levanto del sillón, me asomo y la ventana vuelve a ser indiscreta, más que nunca. Hace frío, pero da lo mismo, la abro en plenitud. “Que se renueve todo el ambiente de esta casa”, digo. La calle está iluminada por unas farolas discretas que permiten ver pero no reconocer. Una pareja se besa y se acaricia, y a mis oídos llegan al mismo tiempo los ecos de “Chanson d’amour” con la voz de Edith Piaf, los bares echan todos las persianas entre cálidos “hasta mañana”. La vida comienza a ser bella de nuevo, y vuelvo a encender la luz eléctrica. Me acerco al espejo y una cara me sonríe. Será que empiezo a tolerarme. Pero me falta algo, que la dicha nunca parece que sea completa. En ese momento suena el teléfono y dudo en descolgar, se corta y vuelve a sonar insistentemente. Es la voz de la amistad, aunque en realidad son muchas voces que no me faltan. Jimena, que está en el pueblo, me llama a continuación para darme las buenas noches. “¿Buenas noches?”, digo para mis adentros. “Que no estoy solo, cariño, que tengo mis brujitas, que también me dan muchos besos para ti”. Y de esta manera vuelvo a ser el  Loco Surrealista, dispuesto a ser embrujado con sueños felices.

MANUEL ESPAÑOL

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