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HORA BRUJA / CADA DÍA, RIZANDO EL RIZO



A veces la soledad es buena, pero si uno persiste en ella termina discutiendo consigo mismo. Eso me suele ocurrir cuando en mis jornadas matinales ejerzo la sana costumbre de caminar por las vías públicas, ya sea en Zaragoza o en Madrid. Y así encerrado en mis propios mundos, recuerdo tiempos pasados, con una transición rápida vuelvo al presente y en ocasiones pienso en el futuro como si ya estuviese en el mismo, o pongo en marcha mi imaginación tratando de imprimirme de ese grado de locura tan necesario para vivir “a mi manera”, algo que casi nunca consigo por más que lo intente.
A veces trato y logro reírme de mi mismo, de mis recuerdos de las travesuras que hacía en mi época más infantil (aún no he abandonado la infancia), sí, de aquellas fiestas de Magallón con vaquillas que los mozos trataban de sortear en una plaza de toros improvisada y rodeada de carros que hacían las veces de tribunas para el público. Como era un niño, los mayores -¡siempre los odiosos mayores!- no me dejaban saltar al ruedo, pero me colaba en los corrales y me paseaba entre las vaquillas que afortunadamente para mi integridad no me hacían ni menor caso. Así comencé mis andanzas como loco surrealista, condición que también confirmé en Biescas, la tierra más bonita del mundo, que tenía unos árboles frutales espléndidos, a los que con frecuencia me subía con los amigos para robar sus productos, darnos luego un atracón que nos obligaba a descargar en el campo a causa de los retorcijones de tan tamaña ingestión.
Pero claro, han pasado los años y de pronto nos hemos plantado en el  presente y me he dado cuenta que si recordar es vivir, también hay que mirar hacia todos los lados, adelante, atrás, un, dos tres… La mente puede ser rápida y a veces es tan difícil coordinarla, por no decir imposible, lo que nos lleva al deterioro de nuestra higiene mental.
Que uno en sus paseos no sólo recuerda, sino que piensa en lo mal que está la vida, en la crisis tan salvaje que vivimos actualmente, en nuestros políticos mal llamados padres o madres de la patria… Que no, que no, que no les llamemos padres o madres, que luego no queremos que nos digan “hijos de…” y salgan ellos mal parados, que nosotros somos muy sufridos. Pero… claro está que la paciencia tiene un límite, y al final llegamos a tal grado de desesperación, que somos nosotros los salpicados, montando en cólera de esta manera y protagonizando unas reivindicaciones duramente reprimidas por el ¿orden? establecido.
No digamos nada de la corrupción que nos invade en este país todavía llamado España y que tanto quiero. En tiempos en que dimiten hasta los Papas, aquí no  hay nadie que lo haga.
Pues parece que hoy, en este paseo zaragozano por el Parque José Antonio Labordeta, estoy de mal carácter, que no encuentro la cara divertida de la vida, que no acierto con una crítica sagaz de las que tanto me gustan. Uno de los remedios que trato de aplicarme en situaciones así es la de hacerme un homenaje gastronómico (no en otra cosa, mal pensados) y en ocasiones suelo acertar en mi propósito de ¡fuera cabreos! Así que me dispongo a tomar el tranvía que me dejará en las proximidades de una buena taberna en la que hacen un bacalao al pil pil que a mi me parece tan especial. Algunos de los sufridos lectores vecinos y conocedores de Zaragoza ya saben de las averías que suelen darse dos días sí y uno no en estos vehículos eléctricos de titularidad municipal. Cargado hasta los topes, me tocó en el momento y en el día que sí, por lo que también en el interior se estableció una corriente de malos humos, en cuyo ambiente estuve respirando durante casi  media hora, con lo que se me fueron las ganas de bacalao. Así que decidí irme a casa con un enfado monumental y pensando en insensateces tan enormes como la de sentirnos insultados por quienes dicen que salimos de la crisis, que afirman, no sé si con recochineo, que los sueldos suben aceptablemente, y todo ello mientras se quitan pagas extras, se rebajan salarios y se semiprivatizan y en muchos casos se privatizan tantos y tantos servicios públicos.
¿Y ahora a quien le doy un corte de mangas?


MANUEL ESPAÑOL 

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