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HORA BRUJA / EL CHORIZO DEL RÉGIMEN



Cada día que transcurre se resiente más mi salud mental. Y a pesar de ello rechazo la idea de ir a las consultas de los psicoanalistas, psicólogos, psiquíatras, como hacen mis amigos argentinos, uruguayos, españoles y norteamericanos, entre otros tarados del mundo, que al final se dejan su dinero en saco vacío, y de día en día aumentan su grado de locura. Mientras, me quedo tan sólo en un ser surrealista, estado bien asumido que me permite manifestar lo que pienso porque me han dejado ya por imposible. Y como la vida es un continuo ensayo para el día siguiente, y así de manera sucesiva mientras caen las hojas del calendario, trato de poner remedio a mi manera para no entrar en una carrera vertical hacia abajo que podría resultar caótica. Mi Jimena, que es un encanto, a pesar de su extraordinaria capacidad organizativa (a veces se pasa), por lo menos eso es lo que se cree ella, trata de apoyarme en todo para superar el estado de ansiedad que me corroe y que yo sólo sé superarlo a mi manera, dicen que tan poco ortodoxa y propia de un gran pecador como es mi caso. Siento, me señalan con el dedo acusador, que estoy gordito, bueno, mejor dicho obesillo, que debo perder kilos, y es cuando desnudo, me examino en el espejo del cuarto de baño y me veo unas curvas que no tienen nada que ver con el erotismo, y empiezo a avergonzarme de mi mismo, lo que me conduce, a pesar de mis falsas risas,  a un estado semidepresivo, a mí, que alardeo tanto de la necesidad del sentido del humor. Hay que reaccionar, y mi chica, con su maliciosa sonrisa asegura que me quiere mucho, que me ayudará, que tendré que poner de mi parte, por ejemplo, que debo empezar un régimen muy severo. Y tonto de mí me lo creo y hasta parece que estoy dispuesto a ponerme serio, aunque de eso tengo mis dudas. Acudo a mi médico endocrinólogo muy fraternal conmigo, y me veo de vez en cuando con los más diversos médicos, sí, esos que en las relaciones personales son amigos, esos que fuera de consulta te llevan por lugares de perdición, si bien ahora se les llama centros de cultura gastronómica o enotecas en los que a las bebidas se les acompaña con morcillas bajas en colesterol, chorizos sin grasa, callos a la madrileña, cocido, huevos rotos… Y cuando les comento mis penas sus carcajadas se hacen de lo más estridente y se hacen consentidores de mi afición pecadora que tanto placer me proporciona sin represión. Lo malo es que cuando vienen a casa, Jimena, que ejerce de perfecta anfitriona y que les ofrece las mejores viandas, les pregunta por mi situación clínica: “este loco surrealista (encima con recochineo) debe tomárselo más en serio y empezar a hacer sacrificios”. Ello me hace abrir ojos como platos y un tanto malhumorado, pero eso sí, con la mejor de las sonrisas les contesto: “Vamos a empezar ahora mismo. ¡Jimena, retira los pimientos rellenos y acompañados de salsa, congela los chuletones de buey que habíamos encargado en la “boutique de la carne”, la tarta trufada se la regalaremos a los sobrinos! No hay problema, que con una borraja cocida con patatas y aderezada con aceite de oliva virgen extra, será suficiente. Como la protesta no se hace esperar a pesar de las gracias, quien se come las borrajas tan sólo soy yo, que los demás, el resto. Y aún me  tengo que escuchar guasas y más guasas. “¿No dices que hay que tomarse la vida con buen humor? Pues empieza”. Los muy cabritos… Y encima dice Jimena que si me cabreo me pondrá a dieta de… sexo. Lo que me faltaba a estas alturas para más cachondeo.
Al final siempre cedo, y ahora que me encuentro en una etapa de pleno régimen, veo que el gráfico de mi capacidad mental está de lo más alterado. La verdad es que no me siento bien, que hay momentos en los que me comería hasta un elefante, o unas patatas con chorizo, vamos, a la riojana, unos calamares a la romana con salsa alioli o brava, o tortilla de patata… Así que para distraerme de esta pena que me acosa, enciendo el ordenador, me meto en el “caralibro”, o sea en el Facebook, y no me envían más que recetas de cocina, imágenes de platos de lo más sofisticado y apetitoso, o de ternasco de Aragón con patatas a lo pobre, o esos callos con los que tengo tanta fijación. Mi tía Cuqui, que guisa tan extraordinariamente, me llama por teléfono y me pregunta que cuándo viajo al pueblo para estar con ella, que me preparará unos platos que tanto me gustan, y que si no puedo ir allá, mi primo Marcelo el trompetista me los traerá a casa. Sí, para que me vuelva a hacer lo de la vez anterior, para a comérselos él solo con Jimena. Así mi situación se hace de lo más insoportable de lo que cualquiera podría imaginar, por lo que si a alguien le da por tomarme aún más el pelo, le contesto con la sonrisa más cínica de la que soy capaz.
A este ritmo tan alterado no se puede vivir. Como aún no estoy loco del todo, todavía tengo capacidad de pensar, aunque sea un poco; lo suficiente como para poner en práctica mis pequeños trucos. La cerveza y el vino que no me falten, y aunque a pesar de todo trato de enmendarme aunque sea escondido (no diré donde), tampoco me faltará el chorizo ilegal no controlado para poder picotear con cuidado, pero cuando yo quiera. Es el chorizo del régimen, que con un poco de pan me hace los efectos de un calmante. Eso no quita para que de vez en cuando me tribute un homenaje, aunque sea en destino desconocido a fin de no ser localizado. Entiendo que es una manera de decir adiós al régimen, aunque sea con cierta dosis de cinismo

MANUEL ESPAÑOL

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